Qué hay en un nombre

Ya desde su misma denominación la línea Medalla de Trapiche parecía estar consciente de su destino de gloria. Una mini vertical abarcando ejemplos que arrancan desde 1996 hasta 2010 comandada por su actual responsable, el enólogo Daniel Pi y con el marco del restaurant Oviedo sin duda sonaba como una de esas ofertas que no se pueden rechazar.

 

La historia comienza en 1983, cuando Trapiche decide lanzar una línea para festejar sus primeros cien años de existencia. Y, aunque a su creador Ángel Mendoza le parecía que el título (fruto de una movida del Departamento Comercial de la bodega) era muy poco humilde, el punto fue que se decidió organizar un concurso para diseñar la susodicha medalla que habría de adornar cada botella. «Lo más importante– comenta Daniel Pi- era que se viera bien cuando se la presentara en el tamaño que finalmente iba a ocupar en la botella«. Una vez que se consiguió el emblema, Mendoza se abocó a la concreción del assemblage que debería constituir su marca de fábrica.

 

A partir de allí se iba a dar una característica que seguiría vigente hasta nuestros días: la impronta mayoritaria del Cabernet Sauvignon. Hay que recordar que en los primeros ochenta se tenía más presente el concepto de vino fino que el de la varietalidad que tanto campea entre nosotros actualmente. » Alcanzaba con que el vino tuviese entre un 80 a 85 por ciento de Cabernet como para poder denominarlo así. Luego se iría sumando una buena presencia de Malbec y algo de Merlot-» desgrana Pi. La mezcla seguiría por bastante tiempo pivotando sobre estos tres elementos hasta que, dos décadas después, se decidiera cambiar el Merlot por Cabernet Franc. «Fue una de las primeras grandes discusiones en las que pude participar cuando recién ingresé en la bodega. El punto fue que asegurar una continuidad en la calidad y sobre todo en la disponibilidad del Merlot era muy difícil, mientras que con el Cabernet Franc lo estábamos haciendo bien. Y más fácil. Así que con eso en mente se zanjó la cuestión.»

 

Una de las cosas en las que el Medalla picó en punta fue en la idea de crear un vino de calidad con estilo propio, con características que se fueran sosteniendo en el tiempo y que además mantuvieran una expresión reconocible a lo largo de los años. Esto también se condice con el concepto de pensar en la guarda en un mercado que, ni siquiera en la actualidad, presta atención ni ha hecho costumbre de postergar sus consumos. Así que este contacto directo con algunas de sus viejas añadas iba a servir para constatar si tal interés había dado sus frutos.

 

Otro de los puntos destacables fue su composición. Darle un gran protagonismo al Cabernet Sauvignon. Aquí también surge un valor diferencial de los Medalla que Daniel Pi explica con su clásica contundencia: «Estamos acostumbrados a dar por sentado algo que parece una verdad de Perogrullo con respecto a que estamos haciendo el mejor Malbec del mundo.  No tengo dudas de que sea así, pero también tenemos que tener en cuenta que virtualmente somos los únicos que lo están produciendo. Ganamos en una liga en la que nadie más participa. En ese espacio nos juega a favor el hecho de estar aportando algo distinto. Esto por supuesto no significa que no debamos seguir apoyándonos en el Malbec como cepa insignia, pero tenemos que tener en cuenta que, si queremos salir a competir con los grandes productores mundiales, hay que pisar un terreno común. Y ese terreno se llama Cabernet Sauvignon.»

 

Así fue que, con todo esto en ristre, nos abocamos a catar los ejemplares de 1996, 2003, 2006 y 2010.

 

Este concepto de vinos pensados para la guarda quedó en evidencia ante la presencia de una coloración apenas teja en el 1996 y de un marcado sesgo casi violáceo en los tres que doblaron el codo del milenio. Sin duda que muchos hubiéramos esperado un decrecimiento más acuciado del tono de un vino con tanto tiempo en botella. Allí estaban presentes cierto grado de oxidación noble (el vino no había sido decantado previamente) y las claras notas añejas de las piracinas típicas del Cabernet, que habían mutado evidentemente en pimiento cocido. Mucha complejidad con aromas a higos y tabaco. De los demás Medalla todos compartían una importante presencia tánica, pese al tiempo en botella y un color vibrante. Una nota especial se destacó en el 2003, un cierto dejo salobre que Daniel Pi explicó que entiende se debe a la presencia de limo en el suelo donde fue producido. Este carácter de vino pensado para el día después de mañana quedó claro en la contundente briosidad del 2010 al que sin duda le sentará bien un par de años más de paciente espera.