Q, todo en mayúscula

En Zuccardi, qué duda cabe, el vino ha sido siempre un asunto familiar. Así que uno no puede sentirse menos que honrado de festejar los primeros 20 años de una línea que ha marcado un standar en la producción nacional y que es un claro ejemplo del camino y la evolución de esta bodega.

 

En el marco de la serie de festejos por tan magno evento Zuccardi decidió ofrecer una cena de pasos jalonados por algunas añadas y expresiones señeras con los platos creados a cuatro manos entre Dolly Irigoyen y el responsable de la cocina del Four Seasons, Juan Gaffuri. La cita fue en la Mansión del hotel y allí concurrieron clientes, sommeliers, prensa y sobre todo y atravesando todas las categorías, amigos.

 

Hablando de legado familiar sonó muy apropiado que la presentación estuviese repartida entre Pepe, el patriarca, y su hijo quien lo sucede en la dirección de la enología de la bodega, Sebastián.

 

«Tuvimos la oportunidad de arrancar una línea especialísima y, aunque le teníamos cariño, no nos pareció que el nombre «La Agrícola» fuera la mejor elección. Puesto que este vino iba a tratar de reflejar lo mejor de nuestra producción por qué no ponerle, directamente nuestro apellido? Puede que parezca la opción más sencilla pero no lo fue. Así nació el primero de nuestros vinos en llevar nuestro nombre. Y a eso le sumamos la Q, haciendo referencia a quality por lo que considerábamos una calidad intrínseca– arranca PepeA partir de allí comenzó un derrotero con varias expresiones y cepas, pero siempre con el norte de que los Q ofrecieran la versión mejor y más acabada de lo que éramos capaces de hacer.

 

En mi caso– toma la posta Sebastiáncuando la serie arrancó yo apenas tenia 17 años así que éste fue un vino que me acompañó durante toda mi carrera, hasta las añadas que pasaron a ser mi responsabilidad con incorporaciones como el Cabernet Franc que estrenamos este año

 

Para ser testigos de las grandes cosechas y de cómo llegaron hasta hoy se ideó un menú de pasos para ir desgranando la historia. Arrancamos con un sutilísimo amuse bouche de mango con queso de cabra y un entrante de crudo de pescado. Para ambos fue compañero un Zuccardi Q Chardonnay 2004. «Esto, más que un vino, es una clara muestra de una audacia que roza la inconsciencia– recuerda Sebastián- es un ejemplo también de cómo trabajábamos antes. Viene casi todo de Santa Rosa y fue macerado en frío por ocho horas y luego fermentado en barricas de roble, mayormente nuevo. Después una guarda de ocho mese en barrica y a continuación embotellábamos. Es un estilo más generoso, que evoluciona rápido pero una vez que lo hace ya se mantienen en el tiempo.» De esto dan claras muestras los ejemplares que probamos. Se presentan con un tono directamente achampañado, entre bronce y dorado, con cierto grado de oxidación (con variantes según la botella) y claros signos de una evolución noble.

 

El siguiente paso fue un carpaccio de ojo de bife y para acompañarlo hizo su aparición el primer tinto de la noche. Las campanas sonaron por un Zuccardi Q Malbec 2008. «Este también es un vino de estilo generoso pero equilibrado. De hecho esta cosecha no fue tan madura como la 2007 ni tan fresca como las 2009. Así que nos pareció que mostraba un cierto grado de equilibrio mientras seguía siendo un representante cabal del estilo de aquellos tiempos»– sostiene Sebastián.  Proveniente de Maipú este Malbec claramente muestra una mayor concentración y una madurez espléndida con un  aporte de madera que complejiza y redondea. Muy vivo de color que no parece acusar recibo de los once años que pasaron.  Incluso sorprende con unas notas claras de mentol.

 

Primer principal con un aporte curioso porque la pasta tenía almendras y…alcauciles! Por suerte, si bien no in situ, tuvimos la ocasión de preguntarle a Dolly cómo fue que escogió uno de los ingredientes más públicamente contraindicados para emparejar con un vino tinto «La clave está en confitarlos-nos tranquilizó la entrañable cocinera- Eso reduce la carga de hierro de este cardo.» Muchas gracias Dolly. Y también en esta instancia es que hace su entrada la etiqueta más emblemática (y primogénita) de la linea Q: el Tempranillo. Para el caso un increíble 2006. «Es un vino muy especial, casi histórico para la familia– continúa Sebastián- A mí me gusta mucho cómo evoluciona y, si me dan a elegir, prefiero tomarlos viejos antes que jóvenes.» Aquí se nota que la apuesta fue a pleno: muchas notas terciarias de tabaco, violetas secas e higos pasificados con un desconcertante color ala de cuervo.

 

Para el segundo principal llegaron ya no uno sino dos tintos para armar un muy interesante contrapunto entre lo viejo y lo nuevo. Para acompañar a un postón de cordero con berenjenas y topinambur se midieron, espalda con espalda, un Cabernet Sauvignon 2003 y el recién incorporado Cabernet Franc 2017. El primero proviene de Maipú. «Es una cepa que, como tiene bastante tanino tiende a una buena guarda. En este caso se puede notar la pirazina, pero también fruta«- dice Sebastián. De nuevo el color no parece acusar recibo de los años pasados y la evolución, con presencia del paso de 14 meses por barrica de roble francés de primer uso ha derivado en notas de frutos rojos que giran más hacia los de carozo, cuero, chocolate amargo y pasas. Junto a este gigante de concentración y majestuosidad se para el nuevo Cabernet Franc. Presenta mucha fruta negra y unas pirazinas gorditas que prometen una madurez compleja y plena. Una buena muestra de aquella estirpe que nació hace dos décadas.

 

Llegó el turno del postre. Y de Él otro postre. Nos referimos a una inhallable versión del primer Malamado 2000. «Estuvo guardado en barrica hasta que, hace cuatro años, pusimos una parte en botella-explica el joven enólogo-o sea que tiene un estilo tawny, bien oxidativo.» Incluso para los que tuvimos ocasión de probar la versión original de aquel año, este extra ageing con madera evidencia una evolución soñada, con grados de oxidación noble y un color con tintes melosos que nada le hacen envidiar de sus abuelos portugueses.