Nunca mejor dicho aquello de «cada maestrito con su librito» si queremos aplicarlo al mundo del vino, especialmente entre sus ejemplares más logrados. Y, aunque se preste claramente al juego de palabras, la propuesta de Las Perdices a la hora de formular a su hijo dilecto se corre de lo habitual precisamente por atenerse a una receta.
Es muy común que, en estos momentos de respeto extremo por la expresión del terroir cada winemaker parezca quedar atrapado en una disyuntiva de hierro donde guardar un respeto que a veces recuerda a un temor sacramental por la expresión de sus mejores parcelas lo embarca en un replanteo eterno de proporciones y variantes. Sin embargo Juan Carlos Muñoz, enólogo de Las Perdices ha decidido atenerse, justamente, a una receta inamovible. Con esto en mente el concepto con el que se podía encarar la vertical de todas sus añadas de Tinamú, su vino ícono, iban a ser doblemente interesantes.Arrancando con un nombre hiper específico para dejar en claro que se va a estar en los detalles y que no se van a nominar las simpáticas (y mal nombradas) «perdices» que dieron nombre a la bodega, por el nombre exacto de este ave, en rigor más cerca de una avestruz que de una gallinácea y que se destaca por lo colorido de sus nidadas con huevos que van del rosado al azul.
Es muy común que, para reflejar lo mejor que pueda producir una finca, se le hagan cambios a su primer assemblage para tratar de equilibrar las particularidades de cada cosecha. Sin embargo en el caso que nos convoca se decidió atenerse a una receta, tanto de proporciones como de mecánica de guarda y paso por madera, que se mantuviese incólume de añada a añada. La fórmula a la que tanto hemos hecho mención es 60% Malbec, 25% Cabernet Franc, 10% Petit Verdot y 5% de Tannat. En cuanto al paso por barrica hay una relación 70/30 entre roble francés y americano de primer uso por 24 meses más un año en botella.
Con lo que podría esperarse esta fórmula produce blends bien redondos en lo tánico, con un toque violáceo intenso que casi no decae en sus ejemplos más extremos (como el magnífico y pionero 2005), elegantes y con notas secundarias de lo más complejas. Fue bueno recorrer los distintos ejemplos entre los que se destacaban la nombrada primera edición, que no dejaba de abrirse y desplegarse por lo que duró el almuerzo en UCO (además del decantado previo) y un elegantísimo 2010 con unas notas de chocolate e higos que no parecieron volver a repetirse entre el resto de sus hermanos.