Una cuestión de elegancia

Los franceses (y sus cepajes) tienen sin duda un largo camino recorrido en nuestra viticultura. Así que a nadie puede sorprender que John Du Monceau decidiera armar un emprendimiento en San José, Valle de Uco. Como para aunar lo mejor de ambos mundos incluso decidió bautizarlo con el nombre de un arbusto cuyano. Así nació la bodega Atamisque, pensada mayormente para la exportación y que, sin embargo, viene labrándose un nicho muy querido en el mercado local.

 

Por supuesto que Atamisque abreva en nuestro francés más famoso, pero nada casualmente su primer ícono fue un blanco de la Borgoña. Esa sinergia iba a manifestarse en sus incursiones con la cepa más distinguida entre las blancas dedicándole al Chardonnay una versión en cada una de sus líneas y sobre esto hablamos con su enólogo Philippe Caraguel.

 

«San José, está al norte del Valle de Uco y es uno de sus distritos más altos ranqueando entre los 1300 y 1400 metros de cota. Esto nos brinda condiciones agroclimáticas muy buenas, especialmente para elaborar cepajes blancos. Allí las temperaturas de vegetación son las más bajas del área y eso nos permite tener una madurez prolongada y valores de acidez natural muy útiles a la hora de mantener la vivacidad y frescura de nuestros vinos. Aunque la finca tenía algo de viña era eminentemente frutícola y la idea del fundador fue  plantear tanto los viñedos como la propia bodega siguiendo los principios de la enología para elaborar grandes vinos con un destino fundamentalmente pensado para la  exportación. Al cabo de 2008 comenzamos nuestra operación comercial y a partir de entonces conseguimos presencia en 30 países además de empezar  a crecer también en el mercado interno. En este momento estamos produciendo en unas 130 hectáreas. En cuanto al Chardonnay, pensemos que el primer vino insignia nuestro fue justamente un Catalpa de esa cepa, remanente de una primera implantación en la finca de alrededor de los 80. Eso, más mis propias experiencias en Borgoña y Oregon, acabaron determinando una relación especial de nuestra bodega con este varietal. Como habrás visto tenemos tres versiones, cada una con un distinto tipo de intervención de la madera. Por empezar el Serbal realizado totalmente sin madera, luego una línea mixta entre aportes con barrica y crianza en tanque de acero inoxidable y finalmente uno con una crianza de 11 meses en barricas nuevas compradas a un tonelero especializado de Borgoña

 

En cata se nota claramente esta suerte de crescendo, comenzando con el Serbal. Es un vino austero pero elegante. Tiene aportes cítricos de limón y es más bien seco. Podría arrancar como aperitivo o acompañando una pesca magra.

 

A renglón seguido llega el Catalpa. Aquí se siente el aporte de una madera muy suave, que sólo busca redondear. Hay algo de notas evolucionadas con un poco más de fruta, pero siempre primando la acidez y la frescura.

 

Y finalmente llegamos al Atamisque. Esa elección tan cuidadosa de la barrica trata específicamente de preservar un perfil ante todo mineral donde la madera no resulte invasiva, buscando que sume sólo un leve aporte táctil al vino. Es una verdadera joya de fluidez. Hay un toque de leechi, una madera evanescente, notas de brioche, peras y una banana que se desmarca del panteón típico de descriptores de la cepa.