Hijos del Caribe, al tabaco y al ron los une una cultura indisoluble del disfrute. La larga fumada de un puro de fuste pide a las claras algo que acompañe, suavice o complemente sus humos. Y en este caso podemos decir que el del ron sería un emparejamiento soñado.
Básicamente podemos afirmar que existen dos grupos mayoritarios en cuanto al modo de interpretar de este spirit derivado de una caña de azúcar que, si bien no fue originaria de este continente, ha sabido medrar con las condiciones climáticas que presenta la cuenca del Caribe, convirtiéndose en un commodity importantísimo en la economía mundial hasta bien entrado el Siglo XX. En esa misma zona se dieron los dos estilos que mencionábamos antes, la versión agrícola y la otra, mucho menos ríspida, también conocida como «a la cubana«. En el caso del ron agrícola se trata de un perfil áspero con una marcada impronta alcohólica (aunque su graduación sea de los mismos 40 grados) y suele estar presente en la zonas de influencia francesa. En cuanto a la otra versión, que es la que nos va a ocupar en esta nota, el producido es mucho más suave, meloso y amable.
El siguiente protagonista de esta alianza de sabores sí es un hijo dilecto de nuestro continente. Ya Fray Bartolome de las Casas, incipiente Cronista de Indias, hablaba fascinado de la costumbre de los locales que «bebían fuego» del extremo de unos tizones que sostenían entre sus dedos. Aquí también fue Cuba la isla donde se ofrecería una de las encarnaciones más destacadas del panteón de sabores del tabaco caribeño. Claro que, mientras que en lo referente a sus rones la Isla Grande aportaría una idiosincracia más amable, en el caso del tabaco terminaría por proponer versiones más complejas e intensas.
Ya de vuelta en el presente podemos seguir dando fe de lo bien que se llevan estos dos protagonistas del disfrute con dos orígenes distintos.
En lo que respecta al ron hemos estado probando las muy buenas versiones que se producen en Guatemala, desde donde surgen los rones Botrán. Esta marca ha sabido tener su denominación de origen y una marca señera, la refinada y reconocidísima Zacapa. De hecho tanto ha sido su éxito que Botrán ha decidido dejarla aparte del resto de sus rones. En el caso que nos ocupa pudimos probar tres de las versiones que se encuentran en el mercado local, de 12, 15 y 18 años. A diferencia de su reputado pariente, los rones Botrán poseen un carácter más seco, que va ganando en complejidad a medida que se incrementa su ageing pero sin reproducir el espectro más dulce y licoroso de los Zacapa. El 12 es el menos complejo, si bien se beneficia, al igual que sus hermanos, del hecho de estar basado en miel de caña, contra muchos de sus congéneres que conforman su ADN en la más rústica melaza, y es ideal para mezclar. El 15 años está muy bien, crece en sutilezas y bien podría disfrutarse solo mientras que el 18 años es un solera que goza de una madurez con muchas notas secundarias y de frutos secos.
En el ejemplo que ilustra la nota podemos ver cómo se los decidió emparejar con un corto pero rotundo habano de Ramón Allones. Se trata de la última incorporación de la marca. Este Patagón debe su denominación a la tribu que dió nombre a la Patagonia que compartimos con nuestros hermanos de Chile. De hecho esto se refleja en que sea una creación exclusiva (la primera) para el Cono Sur. Habanos S.A. suele dedicar ediciones especiales creadas a expensas de la opinión de expertos locales y que sólo habrán de distribuirse en dichas zonas. Para el caso se trata de un habano para conocedores, dado que Ramón Allones pertenece a un territorio de sabor declaradamente fuerte. El formato es un Petit Edmundo, una vitola bastante nueva con rotundos 52 de cepo y rendidores 110 mm de generosa fumada.