Que sea el sol

Si el término prosapia aventurera tuviera que ser ilustrado en cualquier enciclopedia seguramente llevaría una foto de Bertrand Piccard. Si el apellido les suena de algo (además de la saga de Star Trek, nerds!) se debe a que su abuelo fue el inventor de batiscafo y su padre el que llevaría ese mismo sumergible a la que por entonces fue la mayor inmersión humana, unos 11 kilómetros hacia abajo en la Fosa de las Marianas. Este loco piloto suizo acaba de iniciar su viaje tratando de circunvalar el globo en un avión pura y exclusivamente movido por energía solar. Y, como su nombre claramente lo indica, el Solar Impulse 2, no es el primer intento de este pionero que ya consiguió completar la misma hazaña, solo que en globo y allá por 1999.
Piccard estuvo dando una conferencia en la UCA el año pasado junto a su socio, el también piloto Andrés Borschberg, explicando los pormenores de esta aventura que vienen planeando desde 2003. Como ya sabrán los que siguen estas paginas, si la ecuación tenía al vuelo y a la búsqueda de medios no contaminantes entre sus componentes, Omega sería un socio cantado. Aunque aquí vemos el último opus en común, una edición limitada dedicada (y pensada) para acompañar la misión, la manufactura no se conformó con nada más que proveer a las muñecas de la tripulación. Por medio de su propio especialista, el ex astronauta de la ESA Claude Nicollier, Omega también ha sumado tres innovaciones importantísimas para la misión. Un despachador de energía que hace que, de pararse uno de los cuatro motores la energía remanente pase a los que aún están operativos, un indicador del grado de inclinación de las alas y un sistema de luces de aterrizaje que, con todo y sus transformadores, pesa menos de un kilo. Y el del peso no es para nada un tema menor. Para optimizar las prestaciones de este elegante modelo que hubiese hecho las delicias de los sueños de vuelo de un Ballard, nos encontramos con un ancho de alas superior al de un Boeing 747 para un avión que sólo pesa lo que un auto mediano. Esta enorme superficie alar además es utilizada para desplegar más de 17 000 células solares que se encargan de cargar un sistema de baterías de cerca de 700 kilos. Este equipo es el que posibilita que el Solar impulse 2 pueda volar también con gran autonomía durante la noche. Stephen Urquhart, presidente de Omega comento que “ sabemos que este no es un vuelo que tendrá inmediatas implicancias comerciales, pero que sí será un sueño que, como la conquista del espacio, encenderá la imaginación de la gente a la vez que promueve nuevas tecnologías que no habrán de depender del combustible fósil.” Cuando el Solar Impulse 2 haya completado su periplo seguramente justificará la máxima con que Bertrand Piccard cerró su conferencia ante estudiantes, periodistas y curiosos: “El mayor peligro no está en arriesgarse, sino en vivir una vida llena de certezas.”