La Casa que Blanca construyóLCH04LCH01

En una época en que el término empoderamiento  parece estar alcanzando su masa crítica nunca está de más recordar el derrotero de mujeres que marcaron su paso en un mundo de hombres. Todo viene a cuento de la reciente inauguración de la cuarta encarnación de la Casa del Habano de Argentina y de su creadora, Blanca Alsogaray.

 

Lo que había comenzado como un puesto que vendía habanos dentro de la Feria de las Naciones en pocos años terminó convirtiéndose en la tercera Casa del Habano del mundo. A ver si queda claro: en 1993 París no tenía una, ni tampoco Londres. Hay que recordar que, como nos pasa con los vinos ahora, a todos nos queda la sensación de que ciertos consumos estuvieron a la mano desde siempre. Pero en aquellos años a fines de los 80 lo único que llegaba a nuestras costas con cierta asiduidad eran ejemplos escuálidos de las piezas menos impresionantes de Romeo y Julieta. Así que la creación de la tercera exponente de la franquicia, que ahora cuenta con cerca de 150 espacios,  no era para nada un dato menor.

 

Aquella primera locación tuvo una impronta tan elegante como secreta. Era un departamento en un segundo piso de la calle Viamonte, enfrente de las Galerías Pacífico. Allí se podía acceder a todo un ambiente convertido en humidor donde ya estaban disponibles las piezas más selectas del vitolario de la Isla Grande. Convertibilidad mediante, realmente fue un buen momento para iniciarse en la alta regalía cubana. En ese mismo espacio se podía uno sentar a fumar plácidamente y, acorde a la usanza de la época, tomar café o servirse de la botella de ron abierta para quien quisiera en un par de pequeños vasitos antiguos. La tranquilidad y el silencio no eran lo único para apreciar allí. Alguna vez he dicho que si uno tenía suerte podía llegar a cruzarse con Blanca. Y si tenía aún más suerte, sentarse a charlar con ella. Y que yo, un día, deje de tener suerte y simplemente me volví su amigo.

 

Nunca mejor dicho «amigo de la Casa», porque en aquel entonces y ahora, la Casa y Blanca eran una sola unidad indisoluble. Con una paciencia de una cortura de fábula que sólo podía parangonarse con sus explosiones de generosidad. Y un conocimiento fundado en la experiencia igual de legendario.

 

Esa posición fue un punto ideal desde donde ver crecer la Casa. De allí pasó a su primera incursión con salida a la calle en Reconquista, apenas a un centenar de metros de su sitio inaugural. Luego fue el turno de San Martín, donde medró ocho años. Era un espacio largo, profundo y un poco bajo que no se benefició particularmente de la vecindad de tanta oficina.

 

Ahora, como si todos estos pasos no fueran más que los prolegómenos de una edad dorada, la Casa acaba de mudarse otra vez a Reconquista, pero cruzando el límite tácito de la Avenida Córdoba. Aunque no es la primera vez que da a la calle, a su cuarta versión le sientan los ventanales, los nuevos salones, grandes y pequeños. Es muy curioso (o no, si se cree en la organicidad con que fueron creadas ciertas cosas) que casi todo lo que allí se luce haya estado con nosotros de largo. Pero aquí se ve como recién hallado, fresco. Pues bien, hay un espacio renovado para disfrutar y aprender. Y, aunque parezca distinto, apenas es la última versión de aquella Casa que Blanca  construyó.