Heredad

Si hablamos de linajes y tradiciones en el mundo del vino, a pocas bodegas les podría caer mejor el sayo que a la de la Familia López. Con clásicos reconocidos casi omnipresentes en la carta de una enorme mayoría de restaurants nacionales, es bueno recordar que también son capaces de abrevar en expresiones de alta gama. Y para ello nada mejor que hacer una semblanza de su ícono junto a su jefe de enología Carlos López Laurenz.

 

El Federico López es un fuera de serie dentro del apartado de los vinos de guarda de una bodega donde los ejemplares expuestos a los rigores del tiempo no escasean. «Nosotros somos la cuarta generación de una familia dedicada al negocio del vino desde hace más de 120 años. La saga se inició con nuestro bisabuelo, que llegó solo y muy joven desde Málaga, tratando de labrarse un destino luego de haber conocido el trabajo en las vides y el desastre de la filoxera en Europa. Desde un primer momento intentamos reproducir aquí el estilo de vinos del Viejo Mundo, vinos de corte con un paso muy especial por la tonelería, no demasiado alcohólicos y fáciles de tomar– arranca el enólogo- Con el tiempo fuimos creando un estilo propio apoyados en esas bases donde descollaba, por ejemplo, una gran participación del Merlot en nuestros vinos más populares. Y, para el caso de un ejemplar tan emblemático ésta no iba  a ser la excepción, aunque es de destacar que el Federico acusa una presencia mayoritaria de Cabernet Sauvignon

 

Este vino especialísimo fue creado para rendir tributo al hijo único de aquel inmigrante que fuera uno de los mayores impulsores de la empresa y cuenta con dos ediciones. La última, que se encuentra ahora en el mercado y nos tocó probar, es la 2000. «Queríamos homenajear a mi abuelo y para eso elegimos lo mejor de nuestros viñedos, unas parcelas plantadas en 1940 de la Finca La Marthita. Son viñas bajas, con  alta densidad pero con poca producción por planta, algo característico de las vides más añosas que autoregulan un rendimiento menor pero de una calidad y tipicidad superlativas-» sostiene López Laurenz.

 

Con una prosapia tan larga a la hora de producir vinos de guarda, cabe notar que el Federico López abreva claramente en esa tradición llevándola un paso más allá. Vuelve a estar presente la tonelería con uso y en un tamaño superior a los que se estilan entre sus colegas, barricas que pueden ir desde los 5000 a los 20000 litros (que sus productores han tratado de recomprar infructuosamente por años) contra las típicas de 220. Esto redunda en un contacto más acotado con la madera y una mayor oxigenación. Por eso es común ver notas de teja en sus vinos con algo de guarda y ni que hablar de un ejemplar como éste con todo y sus 19 años de elaborado. Aquí las tonalidades van directamente a los tonos ladrillo y achocolatados y, por supuesto, la decantación es mandataria. «Sugerimos ser muy cuidadosos al abrirlo, dado que el tiempo podría haber vuelto más frágil al corcho, pero aún si sucediera que este se rompiese eso no afectaría en absoluto la calidad del vino– nos tranquiliza su creador.» Es harto recomendable no darle menos de dos horas de decantación para asegurar que este blend de excepción despierte con todas sus gloriosas sutilezas. En boca demuestra una buena carnocidad, un alcohol amable que ha sido súper integrado como sus taninos y un abanico de notas complejas que van sumándose merced a la oxigenación que lo hace florecer. Hay notas de café, chocolate amargo y cuero, junto con ciruelas pasas. Sin duda una experiencia que no dejará de maravillar a quien tenga la suerte de acceder a este tinto hecho a fuerza de cariño, calidad y tiempo.