Floreria Atlántico

Tato Giovannoni es uno de los más destacados bartenders locales y reparte sus días entre asesoramientos diversos, especialmente el que brinda a la cadena inglesa Gaucho, de su amigo el chef Fernando Trocca. Junto a otro destacado de las barras porteñas, Julián Díaz, decidieron ponerse manos a la obra y crear Florería Atlántico (Arroyo 872), uno de los bares más inusuales y casi automáticamente exitosos de Buenos Aires: “Hacía rato que estábamos pensando en hacer algo con Julián y se dió la posibilidad de acceder a este espacio que antes ocupaba “L’Abeille”. Ciertamente que la propuesta de Giovannoni no podía estar más en las antípodas de su predecesor. Aunque se había prestado atención a una buena barra y una propuesta gastronómica bastante cuidada, ese bar terminó siendo más reconocido como un punto de encuentro para novias rentadas que por las bondades de su coctelería. Sin embargo la ubicación era óptima y allí fueron los socios a buscar cuál sería la vuelta de tuerca para su nuevo proyecto. “Siempre me gustó investigar, ver qué era lo que solía pasar en una zona y qué cosas le estaban faltando al barrio– cuenta Tato- Así fui cayendo en la cuenta de que ésta había sido un área altamente marcada por lo portuario. Sin ir más lejos lo que ahora es el Hotel Sofitel, apenas cruzar la calle, era el edifico que Nicolás Mihanovich había mandado construir lo suficientemente alto como para que fuera lo primero que vieran sus barcos al entrar y salir del puerto de la ciudad. Eso me dió tanto el tema como la época, el principio del siglo XX, inmerso en las corrientes inmigratorias que iban a marcar las raíces y la idiosincrasia de los argentinos en general y de los porteños especialmente. Ya con un tema claro me fue mucho más sencillo arrancar e ir perfilando el nuevo bar. Quería que estuviese abierto también de día, pero físicamente era muy incómodo dar servicio en la parte de arriba” Tato hace alusión a la planta del local que consta de un espacio bastante acotado a nivel de la calle pero que cuenta también con un largo sótano, específicamente donde funciona la barra. “Vi que en el barrio no había florerías, así que me pareció que era algo piola para sumar. Ciertamente no pensamos en el de las flores como un negocio, pero nos pareció lindo y algo que se ajusta a las posibilidades físicas. También damos servicio de vinoteca y vendemos vinilos.”
Así, sobre el costado se abre una ominosa puerta de frigorífico desde donde se accede al bar. Abajo el espacio es largo y algo estrecho, aunque suficiente para que quepan cómodamente una línea de mesas y la barra con taburetes de thonet. La decoración se completa con una serie de bellas reproducciones de monstruos tiernos, leviatanes y narvales extraídos de los adornos de antiguas cartas de navegación. Aunque se reconoce como un self-made en el rubro artístico, Giovannoni no puede renegar de la influencia de un entorno familiar donde todo el mundo dibujaba. A él también se le da el tema puesto que esos bichos marinos fueron hechos por su mano, además de haber diseñado también la etiqueta de su propio gin, Príncipe de los Apóstoles, basado en botánicos tan patrios como la yerba mate, el eucalipto o la peperina.
Debajo campea una selección cuidada y agradable de música que acompaña pero no atosiga mientras se va llenando la barra o las mesas para comer. “Decidimos incluir un tapeo que también mostrara las influencias de los grupos de españoles, polacos, italianos y franceses que inspiraron la carta de tragos, pero poco a poco la gente se empezó a entusiasmar con nuestra propuesta de cocina y ahora podríamos decir que mucha gente también viene específicamente a cenar.” Como no se le pasa detalle, la cocina es una antigüedad prusiana (que fue conseguida nada más ni nada menos que por el Luis que le da nombre a la parrilla «El pobre Luis” ) que funciona a leña. Para sumarle al ambiente retro portuario todos se sirve en platos de chapa enlozados o hasta en frascos reciclados como vasos de una época en que el vidrio era algo que no había que andar desperdiciando.