Navegantes del Mar Interior

A esta altura de la soirée todos estamos al tanto del origen del calcáreo (más allá de la polémica de si tan siquiera puede uno posicionarlo con certeza en un análisis científico) y de la razón de que existan muestras del lecho marino rodando graciosamente por los ríos cordilleranos. Pero sin embargo pocos en la industria han hecho una apuesta tan neta y excluyente como los amigos de Traslapiedra. Que no parezca que nos pasamos de confianzudos pero esto es exactamente lo que son: cuatro amigos que se lanzaron a la aventura del vino. Todo surgió de la eminente y notoria pasión de Juanfa Suarez, winemaker de la misma estirpe que fundó Finca Suarez, que fue contagiándose poco a poco a sus compadres al punto de que buscaran dar a luz sus propias etiquetas.

Ya desde estas últimas se nota la devoción juguetona con la que se refieren a sus productos como un emergente (nunca mejor dicho) de ese espíritu marinero de cumbres. Ese mismo tono se hace evidente con el arte de Federico Lamas y su «Visión Infernal». Son obras que, vistas a través de la pequeña lámina de acrílico rojo que a ese efecto cuelga del cuello de cada botella, descubren una imagen distinta. Igual no hay que dejarse llevar por el nombre, ya que son lindas postales de esqueletos de cetáceos o barquitos varados. Pero, decíamos, todo apunta a una devoción por el terroir, siendo miembros de lo más activos de la joven asociación PIPA, o Productores Independientes del Paraje Altamira. Ya desde este espacio hemos hablado de ellos y su cruzada por representar la IG con la mayor desnudez posible.

Juanfa Suarez y Santiago Garriga son los responsables por la concreción de Traslapiedra junto al trabajo de sus socios Javier Aszerman y Germán Cohen. «La uva proviene mayoritariamente de Don Perico, de Finca Suarez– comenta Juanfa- aunque ahora estemos enfocados en las etiquetas nuevas, el Chardonnay y el Pinot Noir, podemos decir que ellos también adhieren al mismo espíritu de nuestros tintos anteriores. Lo importante para nosotros es que sean vinos de frescura, que saquen la sed y den ganas de seguir tomando. Que no sean ni pesados ni alcohólicos ni muy sucrosos, más bien todo lo contrario. Así aparecen hierbas, flores antes que fruta. Otra cosa que también buscamos es la textura de los vinos. Esa textura salina que se puede encontrar en los ejemplares de Paraje Altamira. Esto también se refuerza con la frescura dado que, en los vinos que están con mucho alcohol o muy maduros, quedan tapadas por las notas más suntosas

Uniendo el dicho al hecho y probando sus vinos es una sorpresa agradable ver cómo los mismos reflejan con justeza las intenciones de sus creadores. Se trata de vinos jóvenes, criados en huevos de cemento sin ningún contacto con la madera y cosechados tempranamente, apostando por la acidez antes que cualquier otra cosa. En el caso del Chardonnay se hallan notas herbales y de duraznos blancos. Flores como azahar y jazmines pero siempre con una impronta seca, sin el dulzor que podría suponerse de una manifestación tan preeminente. Con un alcohol muy bajo se notan por supuesto las llamadas de calcáreo y un fondo salino apenas tenso. Otro tanto sucede con el recién llegado Pinot Noir. De un rojo pálido, posee el «seco de tiza» (si se me permite el neologismo) típico de los tintos jóvenes de Paraje Altamira. Al ser tan ligeros en boca son grandes aliados de la gastronomía y se pueden maridar con un amplio abanico de platos, desde ensaladas con quesos de sabor pungente como el roquefort o los de cabra a pastas, platos asiáticos y, por supuesto, los hermanos mariscos de ese mismo fondo que se trepó a la montaña hace ponchada de años.

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