Mar y piedra

Además de sus centros de veraneo, sus murgas y una devoción por el mate digna de una secta gran parte de la cultura de Uruguay nos es bastante desconocida. Y si vamos a otra cosa de la que somos grandes cultores en ambas márgenes del Plata, la viticultura charrúa es terra incógnita para muchos de nosotros. Sabemos que allí se ha decidido entronizar al Tannat, una tinta que no parece tenerlas todas consigo, puesto que es una variedad algo chúcara si no se la maneja con sutileza y maestría. Sin embargo Uruguay tiene una larga tradición en la producción de vinos como lo demuestra la historia de la Bodega Los Cerros de San Juan.

Ubicada en el Departamento de Colonia nos queda a un tiro de piedra de la ciudad homónima y comparte el mismo encanto de otro tiempo, como que fue fundada en 1854 por la familia Lahusen, quienes, con la compra de cuatro estancias, comienzan su aventura rioplatense. La empresa fue pasando por diversas manos con altas y bajas pero jamás dejó de producir. Ahora vive un proceso de remodelación y puesta en valor con la idea de apostar por el enoturismo. Precisamente las características de su construcción hablan a las claras de la prédica que campeaba entre los productores de la zona de la época. Tenemos que entender que nosotros seguimos una tradición viticultora basada mayoritariamente en el desierto y que recién hace pocos años comenzamos a hablar de los vinos de régimen oceánico a instancias de los intentos de producción en zonas como Chapadmalal. Para Uruguay siempre se trató de vinos muy influenciados por la cercanía del agua, a lo que se le suma la presencia de piedra dura que muchas veces amerita abrir surco a puras explosiones. Este perfil remite a terroirs como los toscanos y allí parece recurrir la inspiración de sus producciones.

La sala de barricas de Cerros de San Juan está, precisamente, enclavada en un lecho de rocas, y allí se maduran sus vinos. Barricas de roble conviven con ánforas de cocciopesto italianas.

Dentro de la línea Lahusen producen cepas blancas no tan populares y el siempre presente Tannat. Pero en este caso vamos a comentar un tinto mucho más competitivo, el Cabernet Sauvignon. El Cuna de Piedra Reserva Roble Cabernet Sauvignon 2019 sin dudas es un representante atípico. Por empezar no presenta las pirazinas que suelen caracterizar a la cepa. En vez de ello encontramos mucha fruta negra al frente con una presencia alcohólica fuerte, lo que termina dándole ciertos toques de confitura. Fresco y con buena acidez es un tinto distinto para nuestro estilo de consumo. Forma parte de una partida limitada de 20 000 botellas.

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