Hubo un tiempo en que los vitolarios cubanos se mantenían inalterables por los siglos de los siglos. Parece que la falta de estímulo de consumo de los tabaqueros de la Isla Grande hacia que no pensaran en ir mas allá de proveer a su clientela con los mejores puros del planeta. Y así las novedades en Cuba iban llegando acorde a tiempos vaticanos. Sólo en las magnas fechas del Festival se permitían alguna exquisitez fuera de catálogo para honrar las pujas de los coleccionistas en la gran gala donde se subastan piezas sin cuento con el siempre loable fin de sostener la excelencia médica del país.
Así estaban las cosas hasta que la incorporación de un socio en cogobierno hizo que nuevos vientos soplaran dentro de la Corporación Habanos. En lo que va de los franco-españoles de Altadis a los ingleses de Imperial Tobacco, la llegada de los europeos presupuso un cambio sustancial en la forma en que habría de comercializarse de allí en más el mejor tabaco de la tierra.
A los recién llegados les quedaba claro que, aún contando con un producto de excepción que virtualmente se vendía solo, nunca estaba de más ampliar la oferta para seguir aumentando las ventas. También era patente que la respuesta no iba a pasar por la implementación de nuevas marcas. De la Revolución para acá éstas eran contadas con los dedos de una mano (Cuaba, San Cristóbal de la Habana o la rutilante Cohiba) así que el siguiente paso fue crear versiones selectas o con aditivos de las marcas más famosas. Sería el nacimiento de las Ediciones Limitadas.
Se podría decir que el punto de partida fueron las postrimerías del siglo pasado y el esperanzador arranque del segundo milenio. Justamente a eso hacían alusion las jarras que tres marcas ofrecieron con habanos que hasta aquel momento no habían contado con un formato dado. También conviene aclarar que lo que llamaban “jarras” eran en verdad unos bellos frascos de porcelana que, a la sazón, contaban con un sistema de humidificación que las convertía en una suerte de acotados humidores rellenos de piezas de excepción. En esa serie se contaban los dobles figurados de Cuaba, una edición especial de Montecristo y, por supuesto, la estrella principal del paquete: las pirámides de Cohiba. Si se me permite, quisiera hacer un pequeño introito personal con respecto a la dichosa jarra que, mientras escribo estas líneas, adorna mi escritorio. En vísperas del año 2000 se comenzaron a vender estas piezas que tenían un precio considerable y que eran, como cabría de esperar, el habano más caro del mercado en aquel entonces. El punto es que acabé comprándolo en Cuba y allí los valores, si bien robustos, lo eran mucho menos que en otros lugares del mundo. Recuerdo mi sorpresa cuando después de probarlos resultó que si bien me gustaron no me parecieron nada tan extraordinario como su precio hacía suponer. Iban a pasar algunos meses hasta que, hablando con un retailer de Nueva Zelanda y mentando a la tan célebre como celebrada jarra, este hombre me dijera tras comprobar que ya los había fumado “y no le pareció que, en el fondo, no estaban tan buenos?” Tamaña fue mi sorpresa ante la confesión de este desconocido que compartía conmigo la horrenda presunción de que, en realidad, el rey estaba desnudo. Bueno, ni tanto ni tan poco, enseguida seguimos con el tema y me comentó que, en su opinión, eran sin duda unos tabacos excepcionales pero que la necesidad de sacarlos en vísperas
del nuevo milenio había obrado contra el timming de unos habanos que, en un poco mas de tiempo iban a merecer sin dudas su lugar como piezas destacadísimas. Y puedo afirmar que 15 años después de esa charla eso fue exactamente lo que pasó.
Las marcas superlativas como Cohiba suelen despertar la creatividad de los mistificadores y la ambición calenturienta de los aficionados. Y sin duda un formato tan interesante como el de las pirámides iba a hacer que, cuando la marca se dignaba presentar alguna versión, los coleccionistas lucharan a brazo partido por las mismas. Con un poco menos de impacto también hubieron otras casas que abrevaron en este señorial figurado como Hoyo de Monterrey o Partagás, que antes de sumar el reconocido Serie P No 2 a su vitolario creó una soberbia pirámide en una Edición Limitada 2001.
Por regla general las Ediciones Limitadas suelen ser una inigualable manera de testear las aguas para la introducción de nuevos modelos o la reentré de clásicos que se habían discontinuado. En ese apartado se destacan los magníficos Magnun 46 y 48 de H. Upmann. Incluso la línea más excelsa y prohibitiva de Cohiba, los Behike también vieron la luz como Ediciones Limitadas. El punto fue celebrar los cuarenta años de la creación de la primera marca posterior a la Revolución que además habría de entronizarse como el mejor tabaco del mundo, título que acabarían aceptando aún sus más acérrimos competidores. Decíamos que, aprovechando la mentada cuarta década, la marca decidió crear (contra los estándares de 25 o 50) una edición especialísima en cajas de 40 habanos, uno por cada año cumplido. Se eligieron las plantaciones más destacadas y cada cual brindó lo mejor de sus cosechas para proveer las piezas que habrían de completar aquella partida de apenas un centenar de humidores. También le encargaron la concreción de estos verdaderos gigantes a Norma, por ese entonces reputada como la mejor torcedora de “El Laguito”. Todo tenía un porqué. Desde el largo de lancero de las piezas (como la primera vitola de Cohiba) al cepo de un Siglo VI correspondiente a la última. Para que no quedaran dudas del carácter de esta Edición Especialísima se la vendía en un exclusivo humidor hecho a pedido en Francia. Una presentación que, con todo, habría de costar la friolera de 15.000 euros. Por supuesto que no se exhibían en ninguna parte. Había que encargarlos, pagarlos por anticipado y sentarse a esperar a que sus responsables grabaran el nombre del poderoso afortunado en su correspondiente chapita de oro puro.