Además de por el diseño en madera de haya y una marcada vocación por la música pop y los autos seguros, a los suecos se los suele distinguir también por su gastronomía. Enclavado en una zona que no termina de ser Barracas ni San Telmo ni exactamente Parque Lezama, el Club Sueco rinde tributo a la buena mesa escandinava. Y sus responsables decidieron abrevar en una de sus tradiciones más reconocidas: el buffet del smorgasbord revisionado como brunch.
Ésta es la segunda incursión de Nancy Sittmann y Martín Varela Moyano, quienes ya se habían asociado para conducir la cocina del Club Danés, pasando por el Club Sueco en su vieja dirección de la calle Tacuarí hasta recalar en las instalaciones de la hermosa Iglesia Sueca (Azopardo 1428). «Dada la imagen del lugar nos pareció muy interesante tratar de pasar el restó de la sede del Club a las instalaciones de la iglesia. – Cuenta Sittmann- Además esto no es sólo una iglesia sino mas bien un centro cultural donde también se enseña el idioma, poseedor de un casco de espíritu romántico, con un jardín interno que es un verdadero oasis en una zona aún por descubrir.» Ciertamente deslumbra la boiserie oscura, bien nórdica, que sin embargo se equilibra con altos techos de un blanco inmaculado y acústica regia.
Si bien el restó cuenta con una carta elaborada y muy razonable en la ecuación precio-calidad, en este caso vamos a hablar de su propuesta de brunch que se nutre de la tradición culinaria sueca. Allí se destaca el sistema de buffet del smorgasbord, la típica mesa de fiambres y panes con alternativas de platos fríos y calientes.
Contra lo que suelen ofrecer los hoteles, aquí este servicio está disponible los sábados en lugar de los domingos y, aunque se consiente el bacon, las salchichitas y los huevos revueltos, claramente lo mejor llega con las propuestas nórdicas. Se destacan los pescados con varias versiones de lachas, a cual más sabrosa. Hay una impronta general de sabores suaves tanto con ellas como con el gravad lax, el típico salmón curado sueco. Para los puristas podría resonar la ausencia de arenques, que con las rispideces del mercado están por las nubes. «Decidimos utilizar las lachas como una alternativa, puesto que sino nos hubiera obligado a subir mucho los precios. – comenta Sittman- En todo caso son bastante similares, con un sabor apenas más marcado y una carne firme que permite las variantes con que las presentamos en la mesa.» Allí también campean las kottbullar, las decimonónicas albondigas suecas, con todo y el inconfundible toque agridulce de su salsa de grosellas.
En una mesa con tanto fiambre no podían escasear los panificados, una especialidad de la casa, realizados por el propio restó, con ejemplos de panes de cereal, de nueces y las duras galletas de knakebrod. Por supuesto que tampoco podían estar ausentes los dulces: galletas de jengibre, de limón, muffins de arándanos y los infaltables rollos de canela. Completando los postres una sutilísima compota de frutos del bosque y un arroz con leche no por clásico menos digno de deleite.