No solo cierta franja entre latitudes suele ser deseable a la hora de elegir el terreno para un proyecto vitivinícola, la altitud también hace al atractivo de una zona. Sin duda esto no pasó desapercibido a la gente de la bodega Doña Paula al hacerse con terrenos que no descollaban como en el presente once años atrás. Y es tal el reconocimiento que le adjudican a esta característica que poseen una linea de red blends bautizados por sus propios msnm. Esto viene a cuento de la presentación de su más reciente incorporación, el Red Wine 2018 Doña Paula 969.
Para la ocasión la gente de la bodega convocó a la prensa en Restó, donde la chef Magdalena Piaggio preparó un menú especial para maridar con el recién llegado junto a sus compañeros de línea en sus nuevas añadas. Y todo bajo la guía del enólogo Marcos Fernández.
Para abrir el juego se pudo ver la evolución del Riesling de la serie Estate (que es donde la bodega encuadra mayormente a sus varietales netos) Fue muy interesante notar como creció y se complejizó este ejemplar, único en producirse en Mendoza.
Pero la estrella de la jornada iba a ser el 969 que, para sorpresa de quien suscribe, fue decantado. Con la ventaja de tener a uno de sus creadores literalmente a tiro de piedra (aunque alcanzaba con pedirle que se acerque sin necesidad de empezar a arrojar cosas) el misterio fue resuelto ipso facto. «Es lógico que llame la atención que elijamos decantar un vino que, justamente, se destaca por su extrema juventud y que incluso fue criado en huevos sin epoxi y sin ningún tipo de paso por madera. Sin embargo la decantación se nos vuelve pertinente por dos motivos: primero para asentar cualquier mínimo sedimento dado que el vino no se filtró. Y segundo porque notamos que a veces el 969 puede tender a cerrarse en la copa, así que la decantación sirve para darle mayor superficie y potenciar los aromas y los rasgos por los que elegimos construir este blend de tal modo.»
Fernández se refiere a que, contra lo que suele pasar con los otros red blend de altura, el 1100 y el 1350, esté no posee paso por madera y se lo embotelló apenas terminada la fermentación maloláctica con la intención de mantener la carga aromática en todo su esplendor. Este assemblage reúne tres cepas de la Finca El Alto, en Ugarteche y toma su nombre de un promedio de alturas, pero hay que entender que la misma finca acumula un desnivel que arranca en los 908 metros donde se produce la Bonarda hasta los 1030 de donde se toma el Petit Verdot, que aporta algo más de la mitad del blend y que se cierra con apenas un 5% de Tannat. Claramente se trata de un vino joven y brioso, algo que se hace patente ya desde lo visual, con un tono entre violáceo y petróleo. Pero que lo intenso no nos haga pensar en una falta de complejidad. Como el propio enólogo comentó (y todos los especialistas aceptan) aunque no existan registros de la influencia del carbonato de calcio del suelo en los vinos, las tan citadas como aparentemente inaprehensibles notas de tiza y grafito, aquí están muy presentes. Por supuesto hay mucha fruta, la carnosidad de frutos rojos que aporta la Bonarda junto a notas más suaves, incluso con toques florales, del Petit Verdot. Una marcada acidez le augura, entendemos, una más que interesante guarda.