Aunque los valles sanjuaninos tienen de suyo una larga tradición vitícola ésta siempre estuvo más asociada a cantidad que a calidad. Bien que de no hace tanto a esta parte se ha comenzado a replantear esta idea sumando las producciones de sitios que empiezan a ganar su espacio como Zonda, Tulum o el aún mas popularmente reconocido Pedernal. Sin estar subido a esta misma ola el Valle de Calingasta comienza a asomar con timidez en el paisaje productivo de calidad. Justamente un espacio pequeño, encajonado y bellísimo, el Paraje Sorocayense, picó a la ingeniera agrónoma Silvina Montalvo con el bichito del vino y así nacieron sus tintos Sorocayo.
«Todo arranca en 1995 cuando compramos la tierra aprovechando una exención impositiva. En un principio allí había un monte de nogales y a eso nos dedicamos. No funcionó muy bien y pasamos al ajo blanco, un cultivo nada fácil y que, además, requiere de mano de obra intensiva. Mientras tanto el valle nos llamaba; lo que empezó como viajes de entrar y salir en el día se fue haciendo más largo conforme nos gana el encanto del lugar. Ya en la zona estaba produciendo Pancho Bugallo que nos sugería intentar con la vid. Así fue que comenzamos con ella en 2017. Hablamos de unas primeras 8 hectáreas que, debido a su topografía de terrazas y la incidencia del río Los Patos ofrece una gran variedad de perfiles de suelo.«
Con Bugallo como asesor lo siguiente fue conseguir bodega. Si bien en Calingasta existen productores están abocados al manejo de sus propios vinos y no demasiados predispuestos a descuidarlos en pos de ayudar a sus colegas de garage. Aquí aparece, desde la vecina Mendoza, Federico Sánchez Salomón, amigo enólogo de Montalvo y, a la sazón, especialista en tercerizar su bodega. «Arrancamos apenas con una mil botellas– nos cuenta mientras guía la presentación.- Habíamos conseguido un Malbec 2020 que nos pareció interesante y hacia allí fuimos. Hay que recordar que la finca cuenta, precisamente, con 8 hectáreas de Malbec y recién ahora media más entre Cabernet Franc y Pinot Noir.»
«Una vez que decidimos empezar– retoma Montalvo– quedaba el tema del nombre y la imagen de la etiqueta. Como estamos, literalmente en el Paraje Sorocayense, digamos que Sorocayo surgió con mucha lógica. Y en cuanto al arte de las etiquetas quisimos reflejar ese terruño que nos tenía enamorados y así surgió la idea de utilizar el rostro de algún representante de la zona. Esto casi merece una historia aparte porque cuando encaramos esa búsqueda empezaron a surgir muchas caras centenarias. Y descubrimos que, cual moderna Thule, la longevidad era algo muy común en el Paraje. De hecho en aquellas primeras 1000 botellas pusimos la cara de Pildorín (jamas pudimos averiguar a que respondía este apelativo/nombre/apellido) un baqueano muy reconocido que murió el mes pasado a los 106 años.»
Por supuesto lo que hace tan único al valle, encajonado por Cordillera, Precordillera, Sierra del Tigre y el río Los Patos, también lo vuelve una pesadilla logística para llevar el camión con su carga de 10 000 kilos hasta la bodega en Lujan de Cuyo. Los volúmenes se han ido incrementando muy lentamente y ahora Sorocayo cuenta con un Malbec 2022 neto sin paso por madera y un Blend de Malbecs con 9 meses de barrica de roble francés de diferentes usos.
Se armó un back to back con las añadas 22/21 y, casi abusando de los anfitriones, la participación especial de aquella mítica 2020 alumbrada bajo la efigie de Pildorín (ahora las etiquetas cuentan con un dibujo a pluma de otro hijo de la tierra). También probamos el Blend 2021.
Empezaremos los comentarios directamente por este último dado que nos pareció más interesante, en todo sentido, abocarnos a los tres ejemplos del caballito de batalla de Sorocayo. Entonces: hay buena fruta, muy poca señal de evolución en el paso por madera y un alcohol bastante presente. Recibe aportes de tres parcelas bien diferentes de la finca.
En cuanto al Malbec creo que fue un amplio ganador en su versión más joven. Hay ciruela y fruta fresca, una carga alcohólica que, aunque similar, no se siente tan al frente. Tiene buena acidez y se lo ve gastronómico. En cuanto a la 2021, aunque su creador y la suposición darían para creer que tenemos el 2022 con un año de evolución en botella, las frutas y el alcohol no parecen los mismos. Estuvo bueno haber podido probar también aquel primigenio 2020. No se termina de ver la progresión y quizás se deba a que se trata de un proyecto muy joven, con pocos ejemplares y que tal vez no terminaba de encontrar su perfil. De todos modos es muy interesante que, precisamente su última edición, sea la más prometedora y equilibrada. Habra un rosado también de Malbec que espera sumarse a tiempo para celebrar la primavera y Cabernet Franc y Pinot pidiendo pista propia y también para blendear.