Seguimos desgranado nuestro periplo por el eje Jesús María-Colonia Caroya pero ajustando la escala. Y retomando el hilo conductor del enólogo Gabriel Campana como hijo dilecto nos encontramos con un proyecto con un alcance más ambicioso.
Lo que para Miguel Mizzau comenzó como el típico sueño de plantar un par de hectáreas en Quilino para hacerse un vinito para él y sus amigos se fue ramificando hasta terminar con la nueva bodega Terra Camiare. Es que Mizzau no sólo era un fan voluntarioso sino también la cabeza de un grupo económico con más de una docena de empresas y que ya había sentido la llamada de la tierra con una destacada participación en el negocio ganadero. Sumada a esas pocas hectáreas y la búsqueda de quien hiciera su vino surgió un pingüe negocio inmobiliario con el viejo casco de la bodega de la Flia. Nannini. La saga de esta familia de productores de vino caroyense data de 1898 cuando arrancan la construcción de tres piletas subterráneas y un área de trabajo en la intersección de las calles 30 y 40 de la Colonia. Ya entrados en el nuevo siglo, en 1920, encaran la edificación del casco, hoy renovado, como edificio de producción. “Esta oportunidad de reflotar parte del patrimonio cultural de nuestra ciudad hizo que cambiáramos en alcance de nuestro primer proyecto– comenta el empresario- y lo que había arrancado como un lindo hobby acabó convirtiéndose en el emprendimiento más nuevo del grupo.” Ojo avizor con el chiste de cómo se hace una pequeña fortuna en el mundo del vino (arrancando con una grande hasta que las pérdidas la hayan menguado) Mizzau cuenta con su expertise empresarial y haberse formado en la industria ganadera, que tampoco parece ser un lecho de rosas. Así que una visión realista, espalda financiera y la inmejorable sapiencia de aquel que juega de local sirvieron para que la nueva bodega no acabara como apenas una quijotada repleta de buenas intenciones.
Uno de los signos que hablaban de la seriedad con que iba a encararse el naciente proyecto fue la incorporación de Campana. “Miguel me dijo, básicamente, que hiciera como si fuera mi bodega, sólo que con la plata de él- comenta el enólogo- y ciertamente, más allá de que parezca una broma, no fue tal. Tuve carta blanca para implementar algo nuevo pero con plena conciencia de la tradición tan rica con la que contaba la zona.” Sin duda que, para los parámetros locales, Terra Camiare estaba en otra liga. Aquí se reformuló su nombre (una asociación del latín de los jesuitas y el Camiare con que los Comechingones se nombraban a sí mismos) junto al desarrollo de un portfolio que pivota sobre las 14 etiquetas desarrolladas en una media docena de líneas. Esto habla a las claras de la vocación del proyecto que arrancó formalmente en 2015 con la compra y remodelación del casco, un dechado de buen gusto que reúne toques autóctonos austeros con detalles del pasado, maderamen original y paredes despojadas. Terra Camiare ofrece un espacio de bodega con zonas de trabajo, estiba y un restó con la propuesta de los chefs de la multipremiada La Folie mendocina.
“Tenemos la idea de ir modificando el paradigma de nuestros propios coterráneos– continúa Campana– que no terminan de ver diferencias en la oferta local. Aquí hemos arrancado con la línea Navira como punto de entrada, pero en seguida llegamos a Indama donde nuestros productos están teniendo muy buena acogida incluso en lugares como Buenos Aires.» Justamente esa línea cuenta con un excelente Blend de Blancas joven de Chardonnay y Viognier muy bien resuelto y con un Rosado de Isabella que se desmarca. Estamos hablando del otro nombre de la Frambua, también conocida como uva chinche. Esta es la variedad que muchísimos de nosotros habrá probado en los parrales decorativos de los abuelos. Este sabor tiene una suerte de doble entrada puesto que, de hecho, no se trata de una uva vinífera pero por otro lado posee un sabor evocativo de infancia que la ha vuelto muy popular. Aún en este proyecto que podría despertar polaridades entre los consumidores se deja ver a las claras el potencial de cepas trabajadas a conciencia. Y que demuestra que los blancos de la bodega son una opción interesante, fresca y muy bien resuelta. Por supuesto que el portfolio no se limita y tiene series como Socavones donde arman cortes muy atendibles de Pinot Noir y Ancelotta, que con sus notas terrosas promete ir convirtiéndose en una estrella entre los tintos mediterráneos del futuro próximo. Entre los ejemplares más destacados se cuenta el Gran Quilino, un Gran Reserva con aportes de aquellas primeras hectáreas propias en el pueblo donde destacan los chivitos con su propia denominación protegida y unos veranos de páramo. Pese a esto, y con un corazoncito mirando aquellos blancos se lleva todas las palmas, y ranquea como ícono de Terra Camiare, el Socavones Semillón Vintage 2018. Nominado como Capítulo I está llamado a crear su propio linaje de Ediciones Limitadas acotadísimas (hablamos de unas 600 botellas) con una complejidad gustosa y métodos de elaboración que aúnan saberes y sabores del Piedemonte de las Sierras Chicas de Córdoba. Un terroir a descubrir y cuyo próximo ícono habrá de ser un Pinot Noir pleno. Será el Capitulo II de una tradición que nació hace siglos y que, sin embargo, nos sigue deslumbrando con historias nuevas.