A diferencia del cigarrillo o incluso de su primo, el tabaco verde o seco, el puro está constituído de materia «viva». Esto significa que los principios activos del tabaco que lo conforma permanecen sensibles al cambio. No podríamos decir directamente a la evolución dado que para afirmar tal cosa deberíamos estar seguros de sus condiciones de estiba. Lo mismo podría derivar en una experiencia compleja y placentera o en un manojo de hojas que se queman sin mayor gracia. Esto viene a cuento de una de las mejores experiencias que podría brindar un puro: su añejamiento.
Puesto que los puros llevan ese nombre por el simple hecho de que están hechos pura y exclusivamente de tabaco, cabría preguntarse porqué y cómo es que no saben todos iguales. Aquí entran a terciar varios factores, desde la calidad de las plantas, el saber del que elige los elementos que lo van a conformar hasta la forma en que dichos elementos interactúan entre ellos.
La constitución de un puro en cuanto a su sabor tiene que ver con la forma en que se amalgaman los aceites esenciales de las distintas hojas de las que está hecho. Por eso, aunque quizás no sea de todos conocido, ninguna marca vende los suyos sin antes haberles dado un tiempo para que sus partes comiencen a interactuar entre sí.
Apoyándonos en este mismo principio podemos esperar que el tiempo le vaya sumando complejidad toda vez que limando sus aristas y haciendo más amable su sabor en términos de fortaleza.
Un ejemplo muy claro de esto fue la degustación en La Casa del Habano (San Martin 690) donde pudimos apreciar cómo se había portado el tiempo con dos piezas con el mismo origen cubano pero de improntas muy distintas «Siempre se pueden conseguir piezas raras o excepcionales que alguien haya guardado con la intención de añejar– comenta Blanca Alsogaray, responsable de la Casa- sin embargo hay que entender que los beneficios de guardar todo tipo de habanos adecuadamente va a redundar en una experiencia superior.» En su carácter de pionera, Alsogaray ha sabido no sólo hacerse de cajas de colección sino también de otros habanos más del día a día y que tuvo la previsión de conservar para deleite de la afición. En este caso la experiencia fue con dos Coronas de dos manufacturas tan distintas como podrían serlo Hoyo de Monterrey y Partagás. Hay que recordar que los territorios de sabor se dividen en fortalezas y estos dos ejemplares están uno en cada punta del espectro: el primero es de gran suavidad y el segundo está en sus antípodas. Aquí podemos ver cómo ha evolucionado no únicamente el tabaco sino detalles como el arte de las anillas (una diferencia que no sólo hace a la grafía sino también a la disposición técnica de imprentas más sofisticadas). Por su parte el Hoyo ha ganado en complejidad y ha llevado su amabilidad al extremo. En el caso del Partagás, su propia idiosincracia lo puebla de sutilezas siempre que amaina su contundencia. Más allá de las notas de cata, lo importante es que estas crónicas siembren la curiosidad para que cada cual intente internarse en la búsqueda de ediciones de antaño. Último dato: las Coronas correspondían a los años 2002 y 2000 respectivamente.