Con poco más de dos décadas Finca La Anita ha sabido hacerse de un lugar especial en el corazón de los amantes del vino. Un poco por lo cuidado de sus pequeñas producciones y un mucho quizás por el sereno encanto de su creador, Manuel Mas.
Cuando el concepto de bodega boutique, entendido como producciones acotadas que apuestan a la calidad antes que al volumen, parece haberse extendido más allá del horizonte, parece difícil imaginar cuando Finca La Anita inauguró el apartado. Aunque el auge del vino, con su tormenta de catas, espacios especializados de venta y derroche literario acorde, parece habernos acompañado desde siempre, es justo hacer memoria y caer en la cuenta del atrevimiento de una bodega dispuesta a diferenciarse tanto de los monstruos de la industria, con los ojos puesto en el vino a granel, como de los pequeños productores que ni intentaban hacer vino de calidad.
Así que para graficar este recorrido qué mejor que una cata vertical con algunas botellas señeras, fruto de aquellos inicios. La idea fue muy novedosa, descontracturada y amigable, bien a la saga de su creador. Mientras la joven enóloga, Soledad Vargas, recorría la muestra en el La Dolfina Polo Bar Manuel Mas, exquisito anfitrión, desgranaba anécdotas o posaba gentilmente para las fotos.
La idea de la cata fue muy inusual, especialmente si se toma en cuenta la rareza de los ejemplares que allí se daban cita. Contra las cejas alzadas de los sommeliers que te sirven los vinos raros e inhallables como si de sus propias reservas se tratasen, aquí simplemente se iba descorchando y cada cual podía ir armando la escalera a su antojo, incluso con la más que bienvenida posibilidad de regresar a alguna botella en particular.
Junto a las ultimas añadas se podían ver ejemplares de fechas tan lejanas en el tiempo como 1997. «De hecho– comentó Soledad- aquí hay muchas etiquetas que ni siquiera yo tuve la posibilidad de probar«. Algo que habla a las claras de la generosidad de los anfitriones.
Hay que tener en cuenta que las características técnicas de la forma en que se envasaba hace un par de décadas no eran las mismas con las que se cuentan en la actualidad, cosa que hacía mucho más posible defectos y oxidaciones indeseadas, por lo que es de destacar como muchas, la gran mayoría de las muestras, soportaron tan bien el paso del tiempo. En mi opinión la estrella de la noche en ese sentido fue sin duda el Syrah. De un color rubí límpido, vivaz y pleno de fruta en todas las muestras. En el caso del reconocido Malbec la suerte no fue tanta puesto que allí si el brett había hecho de las suyas. Para quien no esté familiarizado con el término se refiere a la presencia de aromas que recuerdan a sudor de caballo, o trapos mojados y que suele ser una acechanza que deben enfrenta todos los vinos de guarda. De nuevo, hay que tener en cuenta que estos vinos, con todo y su nobleza, no fueron pensados especialmente para la guarda. Y que, aunque claramente es un gusto adquirido, existe entre los conocedores muchos que adhieren a cierto grado de brett como algo que aporta complejidad. De cualquier forma tener acceso a esos vino es algo de gran valor pedagógico para ver de primera mano como han ido cambiando con el paso de tiempo. Algunos yendo hacia una evolución exquisita y otros quizás con algún defecto pero siempre con una aspiración de calidad de la que el tiempo no pudo dar cuenta.