Tres cóndores

Además de la tradición, el tiempo es un elemento fundacional en el whisky. Incluso en una de sus versiones más populares, la escocesa, sus productos no pueden comercializarse sin  haber pasado un mínimo de tres años en barrica. Y aquí se suma otro ítem atendible, puesto que los whiskies cesan de evolucionar una vez que fueron embotellados. Con todo esto en mente Ezequiel Domínguez y Niovi Angelidi se lanzaron a la aventura de crear un single malt con perfil argentino.

 

En un mundo donde todos buscan apócopes, siglas o nombres directamente en inglés este emprendimiento optó por ponérsela difícil a cualquiera que no hable español: La Orden del Libertador. Pleno de fervor patriótico la bella etiqueta menta al Santo de la Espada, sus campañas y toma el nombre de la máxima distinción que otorga nuestro país. Tanta atención al detalle no podía pasar desapercibida y nos alegra dar la primicia de que acaban de ganar la Medalla de Plata en el A’ Design Award, la competencia más grande del mundo que premia a los mejores diseños de producto.

 

Hablábamos del tiempo y eso fue algo que la pareja  decidió quitar de la ecuación por lo que prefirieron comprar un whisky terminado y encargarse del finishing con un toque autóctono. Ésta es una práctica bastante común en el mundo del whisky, semejante a la del marchand de vinos: especialistas que compran partidas que son de su agrado para crear un blend o añejarlas en condiciones particulares. Éste es precisamente el caso de sus spirits. “Se trata de whiskies de malta escocesa producidos en diversos lugares y que nosotros compramos en su versión barrel proof, para luego terminar de añejarlos en nuestras barricas – comenta Ezequiel- y como pretendíamos que nuestro producto no sólo fuera diferente sino que también siguiera siendo representativo de Argentina casi se daba por descontado que utilizaríamos barricas de Malbec. ” Hay que entender que esta forma de producir no se reduce a meter un whisky por un rato en una barrica y listo. Ellos tiene que tomar decisiones como la del agregado de agua para obtener el margen de 40 grados de alcohol o qué clase de filtrado utilizarán. En ese apartado se destaca especialmente la última versión, con una turbidez osada para los parámetros del mercado. También es digno de destacar que sus whiskies no ajustan color con caramelo. O sea que los bellos tonos que obtienen son 100 por 100 merced a su paso por barrica.

 

La ventaja de contar con un producto con un estado de producción avanzado les dió la posibilidad de jugar con distintas variantes y de estar ahora en el mercado con tres etiquetas. La primera es un single malt con un ageing de alrededor de 5 años. La segunda es una versión de 10 años que a su vez suma un lote exclusivo de 300 botellas terminadas en barricas de Scotch Ale de la cervecería Antares.

 

Habiendo tenido la posibilidad de armar una pequeña cata podemos compartir impresiones sobre las tres etiquetas. La primera versión (que ya está prácticamente agotada) es la más ligera y vibrante de color. Se siente un whisky joven, con trazas de miel y vainilla y una nota gordita de fondo, claramente del aporte tánico de una barrica que antes contuvo vino. En la segunda etiqueta se hace patente la evolución de un destilado con una trazabilidad de una década como mínimo. Hay marcada presencia de toffe y el conjunto se presenta más redondeado y largo de boca. En el caso de la Scotch Ale se evidencia sobremanera el paso por una barrica diferente. La cerveza que contuvo aporta notas muy marcadas de coco y banana, típicas de un estilo de cerveza con alta graduación  alcohólica. Su turbidez es la mayor de las tres y es algo de lo que el público haría bien en no asustarse. Menos filtrado también significa más materia, más elementos de sabor y de aroma.