Si hay algo que haya marcado el ámbito urbano moderno ha sido la invención del automóvil. Y con el milagro del motor a explosión a mano comenzar a poner a un vehículo contra otro fue, literalmente, una cuestión de tiempo. Por eso no es de extrañar que los nuevos integrantes de la familia citarina de Montblanc, los reconocidos TimeWalkers, estén enteramente dedicados a rendir tributo al deporte motor.
Con una legibilidad que remite a los contadores de los instrumentos clásicos de un coche de carreras, en todos campean los materiales más innovadores como el titanio, la cerámica de alta resistencia o los acabados en DLC pero imbuidos de una impronta retro. Esto se sintetiza en su abierto homenaje a la célebre manufactura Minerva, una precursora en la construcción de guardatiempos capaces de medir con gran precisión hasta las fracciones más pequeñas de un segundo. Ya desde 1908 la manufactura había comenzado a lanzar piezas dispuestas a correr los límites de la cronometración al punto de alcanzar un calibre, apenas tres años después, que podía medir las quintas de segundo. Al poco tiempo las décimas y de allí sin cejar hasta la consecución de una pieza de alta frecuencia capaz de registrar las centésimas de segundo. Había nacido con ello el concepto del reloj como otra herramienta más del mundo automovilístico.
Si bien todos comparten el patrón de colores «de la escudería» Montblanc (preeminentemente negro, con detalles en rojo y blanco) es sin duda la versión más exclusiva la que se lleva toda las miradas y acepta orgullosamente el desafío de llegar a medir las milésimas de segundo. En una edición realmente limitada de solo 18 ejemplares, el TimeWalker Chronograph 1000 posee un bello contador de disco a las 12 donde ofrece dicha información. Por supuesto, como corresponde a una pieza que rinde tributo a sus predecesores, el pulsador de start/stop se encuentra, sobredimensionado, en posición cenital.