Podríamos tratar de decir que todo tiempo pasado fue mejor, pero estaríamos faltando a la verdad. Intrínsecamente sí se puede afirmar que todo tiempo pasado fue distinto. Y que sin dudas es de sabios abrevar en la historia buscando aquí y allá las cosas que más nos atraen de nuestra propia tradición. En un mundo con un ayer nutrido como lo es el del vino ejemplos no escasean, especialmente cuando se intenta bucear en la mismísima identidad familiar de una bodega centenaria. Todo esto parece venir apropiadamente a cuento con la serie Parcelas Originales de Alfredo Roca.
Dentro de una viticultura que suele tender más y más hacia lo corporativo, siempre es de destacar la labor de una bodega que continúa la saga familiar ininterrumpidamente a través de generaciones. «Lo bueno de llevar tanto tiempo en este ámbito– comenta Alejandro Roca, winemaker e hijo de Alfredo, que ahora da nombre a la bodega.- es que contamos con viñas muy añejas y el conocimiento de haber podido seguir su evolución en el tiempo. Este patrimonio es valioso a varios niveles y se refleja especialmente en la serie Parcelas Originales donde podemos expresarlo en todo su potencial.» Es sabido que los viñedos añosos poseen varias características para apreciar: son por lo general plantas que demuestran gran equilibrio y que se auto regulan. Seguramente no van a producir mucho, pero sí con calidad. «Estas parcelas han estado dentro de la familia por años y presentan una gran variedad y riqueza genética, además de ser un puente con el material y la forma en que nuestro ancestros manejaban la viticultura. – «se entusiasma Alejandro.
En este momento la línea cuenta con tres etiquetas: un Glera, un Sangiovese y un Tinto de Parcela. El primero es una variedad blanca, traída por los italianos para replicar su Prosecco, aunque en este caso se trata de una versión como vino tranquilo. La bodega lo viene elaborando de siempre aunque se lo utilizaba para ensamblar. El aprecio que ahora se siente por los varietales, especialmente los más raros, permitió que se lo pudiera presentar como un blanco neto. Proviene de poco más de una hectárea, de las escasísimas que existen plantadas en el país. Le sigue un Sangiovese, elegantísimo, donde se buscó apuntar a la acidez antes que a la fruta, con taninos sutiles y una impronta más europea si se quiere que la de otras versiones locales de la cepa. En ambos casos estamos hablando de viñedos registrados en el INV como de 1949, aunque se piensa que podrían haber sido plantados incluso bastante antes.
El tercer ejemplo es de lo más interesante. El Tinto de Parcela es una mezcla de cepajes en un solo viñedo que fue plantado ex profeso de ese modo. «Éste era un ejemplo típico de la forma empírica e intuitiva con que creaban el vino nuestros bisabuelos – explica el winemaker-. Además de ser una muestra de una tradición realmente sanrafaelina, dado que existían muchas viñas plantadas de esta manera en la zona. Poder replicar ese estilo contando con plantas tan nobles es una experiencia apasionante. El viñedo está plantado con una altenancia de hileras de Malbec y Cabernet Sauvignon con algunas pocas plantas de Syrah y Bonarda en medio. Hay que cosecharlas al mismo tiempo porque fueron pensadas como componentes de un todo.» El resultado es un tinto muy atendible, ligero y de gran elegancia. Con una plasticidad natural que le asegura una amplia paleta de acompañamientos en la mesa.
Toda la línea se presenta en botellas tipo borgoña (el perfil más antiguo de botella que existe) y está adornado con una imagen que parece litografiada. Un estilo que se extraña en medio de una marea de etiquetas pop y en un mundo donde ese mismo arte abandonó definitivamente su reducto entre estampillas que ya nadie usa y billetes que no saben lo que es un prócer.