Remedio para meláncolicos

En el, no te digo «invierno de nuestro descontento«, pero sí largo periodo de borrascas que estamos padeciendo, el cuerpo parece pedir por un reconstituyente acorde. Y dado que el hecho de fumarse un puro no es algo que se haga a las corridas, esos largos espacios de consumo bien pueden matizarse con algún bebestible que acompañe.

 

Ya desde que los conquistadores se volcaron a las bárbaras prácticas de los taínos, puestos a beberse el humo por medio de tizones que llevaban entre sus dedos, el largor de dicha práctica se volvió campo orégano para probar maridajes incipientes. Por supuesto que existen un surtido grupo de acompañantes más o menos válidos y que este espacio pretende sumar antes que prohibir cualquier unión, para esta ocasión vamos a dedicar unas líneas a una pareja que se dió más por hecho que por costumbre.

 

La tradición europea ha sabido canonizar el acompañamiento del cognac, los brandies y por supuesto los vinos fortificados, pero en este caso vamos a hablar de las posibilidades que brinda una espirituosa bastante diferente: el whisky.

 

Es sabido que, así como los puros no sólo poseen sabores particulares, también en ellos se manifiestan diferentes «fortalezas«. No es lo mismo República Dominicana que Cuba, ni un amable whiskey irlandés que su vecino de las borrascosas Tierras Altas. Aquí se suman identidades que más vale sean tenidas en cuenta por el cultor tanto de los humos como de los vapores etílicos.

 

La idea, básicamente, sería que se acompañe pero que no se atosigue. Que cada expresión vaya ganando su espacio como en una amable charla donde nadie busca imponerse. Que la suave elegancia de un Glenmorangie pueda seguir las amistosas bocanadas de un Hoyo de Monterrey o que la medicamentosa potencia de un Talisker juegue una pulseada con algún representante de la casa Partagás. O Bolívar. Apenas como una amable nota al pie, estas sugerencias solamente pretenden echar a rodar esta partida donde todos ganan como amigos. Y sin negar, por supuesto, el intrínseco placer de salir a encontrar nuestras propias armonías.