La altura, con la amplitud térmica que conlleva y con los consiguientes índices de insolación que produce, siempre es algo bienvenido a la hora de pensar un viñedo. Pero cuando esos cultivos cruzan la barrera de los 2000 metros y son tan recónditos como los de Molinos, en la provincia de Salta, el sueño de la viña puede rápidamente convertirse en una pesadilla.
Esto no fue impedimento para que, cuando el ingeniero Alejandro Martorell se dió de bruces con un terreno tan pleno de posibilidades como de quebraderos de cabeza en ciernes, lo dudase un segundo. Martorell no venía del mundo del vino (pero sí era un aficionado entusiasta) cuando, buscando un terreno en Cafayate para hacer una pequeña finca a donde retirarse en sus años dorados, se encontró con estas tierras a nada menos que 2590 metros sobre el nivel del mar. Aunque dicho espacio no estaba plantado, los alrededores de Tacuil eran bien conocidos como una zona de producción de vinos de gran calidad, especialmente por los que ya viene produciendo hace años Raul Dávalos en la bodega homónima. Asi que, conocedor de esos potenciales, a Martorell se le esfumó de pronto el bichito del constructor para prendérsele el de bodeguero.
«Aunque era sabido todo lo que había tenido que padecer la gente de Tacuil para establecer sus viñedos alli, el disponer de semejantes parcelas me hizo pensar inmediatamente que iba a valer la pena el sacrificio» nos cuenta Martorell mientras va descorchando el primero de los frutos de ese intento, un Sauvignon Blanc de un portfolio amplio en calidad pero escaso de individuos. A conciencia pura arrancaría su bodega. Y con toda justicia eligió bautizarla «Altupalka«, la voz quechua que significa «Valle alto». «Más allá del desafío era consciente de que esas tierras podían ya no sólo producir sino dar vinos de gran calidad así que ese fue el norte de Altupalka desde su mismo comienzo.» Dicen que el hombre eficiente es aquel que conoce sus limitaciones. Y si bien Martorell no venía del mundo del vino tampoco se quedó corto a la hora de buscar ayuda en su proyecto al pedir el asesoramiento de nada menos que Roberto de la Mota. Entre los dos fueron probando con distintos cepajes, hasta que luego de varios intentos, hasta la fecha los más rendidores resultaron resultaron ser el Malbec y el susodicho Sauvignon Blanc. Herbal, con una presencia de espárragos muy marcada y típica de la cepa a mucha altura, este blanco tiene una estructura y potencia que refleja esa exposición solar rabiosa a la que fue sometido, aún en la relativamente corta vida de su ciclo.
Ya puesto en tema, Alejandro Martorell siguió expandiendo su proyecto. Y para eso compró mas tierra, esta vez a los mucho más amigables 1750 metros de Cafayate. Presuntamente amigables cabría acotar. «Mientras que en Tacuil encaramos todo con espíritu de templanza, en Cafayate no suponíamos que íbamos a encontrarnos con semejante pesadilla. El punto fue que ese espacio estaba repleto de piedras. Muchas, pero muchas piedras, fue una verdadera odisea ponerlo en condiciones. Y tan pronto empezamos a plantar nos encontramos conque se enfermó la viña. Mi ingeniero agrónomo me recomendó hacer un tratamiento y salvar las plantas que lo resistieran. En cambio Roberto de la Mota fue muy claro, si queríamos tener algo de verdadera calidad no quedaba otra que arrancarlo todo y empezar de cero con plantas nuevas. Y eso hicimos.» El segundo vino de Altupalka es el vivo ejemplo de esa búsqueda. Se trata de un Malbec con 65 % de Molinos y 35% de Cafayate. El resultado es un tinto regio, redondo y con muy buen largo de boca. De un rojo rubí que preanuncia un nervio equilibrado.
Para su último opus, el creador de Altupalka eligió una denominación sencilla pero contundente: Malbec Extremo. Y debajo otro dato que no deja lugar a dudas: 2590 metros. Este tinto, operativamente el producto de mayor altura que puede conseguirse en el mercado, parece justificar todo el esfuerzo que costó. Siempre como común denominador del tinto salteño en general (y del cafayatense en particular) se suele citar la potencia. En este Malbec Extremo esa contundencia está a la orden del día. Aunque el propio Martell prefiera agarrarlo tal cual sale de la botella, convengamos que esta experiencia no sería lo mas recomendable para paladares delicados. El vino arranca con gran brío, tanino potente y una carga alcohólica importante. Pero también hay fruta desecada, chocolate amargo y tabaco. Aunque en mi caso particular nunca fui de recomendar maridajes de vinos tintos con habanos, porque creo que se disputan más o menos el mismo mapa del paladar, este tinto, por su estructura, podría acompañar bien un puro de porte. Y hete aquí que lo próximo que notamos es como se abre en la copa, donde ese primer impacto alcohólico comienza a diluirse y se empiezan a encontrar taninos más golosos y suaves notas de vainilla. La prueba indiscutible de esa versatilidad fue que, aún con la ayuda más tímida de otros dos comensales, la del Malbec Extremo fue la única botella que llego vacía a la hora de las fotos.