Como en la inédita estrella de siete puntas que adorna su etiqueta, el proyecto de Clos de los Siete produce vinos en forma mancomunada y nunca antes vista. Y no precisamente porque sus fundadores carezcan de prosapia vitícola. Más bien todo lo contrario. Poco más de una década después de haber comenzado a asesorar a bodegas locales, el reconocido winemaker Michel Roland decidió encarar un proyecto propio de características muy particulares. La idea fue comprar unas 800 hectáreas en pleno Valle de Uco y para ello convocó a seis inversores que levantarían 5 bodegas en ese espacio para encarar un vino de estate, una sumatoria de cinco expresiones distintas aportando una sustancial porción de sus producciones para conformar ese ejemplar común. Luego cada cual podía continuar comercializando sus propios vinos. Michel Rolland sería el responsable de definir el corte.
Casi veinte años han pasado desde el inicio de ese proyecto hasta la noche en que Clos de los Siete presentó su edición 2013. Ahora son sólo cuatro las familias que han quedado a cargo de la producción en el Clos. Se trata de Dany Rolland que junto a su esposo llevan Bodega Rolland, Elene Parent, responsable de Monteviejo, Veronique Bonnie y Federico Bizzotto de Diamandes y Baptiste Cuvelier de Cuvelier Los Andes.
La cita fue en El Mercado del Hotel Faena y, para abrir el juego el enólogo Adrián Manchon, máximo responsable de los vinos de Cuvelier Los Andes fue el encargado de presentar una novedad absoluta, el rosado de primicia de la bodega. La particularidad era que este vino a gatas llevaba un mes de cosechado. Por eso hablábamos de vino de primicia, unos ejemplares cuya extrema juventud se trata de reflejar sin la menor dilación. Ojo avizor más con la primavera incipiente al otro lado del Ecuador que con el melancólico otoño porteño, incluso las muestras que pudimos probar eran de la partida de exportación. Ligero, elegante y muy amable de beber, Manchon también hizo hincapié en el espíritu bordolés que inspira a su rosado, que no es fruto de la sangría de otros tintos sino de un prensado suave. «Este rosado no es un subproducto de otra cosa, es un vino muy joven pensado por sí mismo«- manifestó.
Aunque por supuesto la estrella de la noche fue el Clos de los Siete 2013, eso no fue óbice para que la cena estuviese regiamente adornada por las creaciones que cada una de las bodegas miembro producen por su cuenta. La cata arrancó con un trío de blancos. Una buena idea fue que, aún después de ir probándolas, las copas se dejaban allí lo que permitía que uno pudiese volver a probar cada uno. Dany Rolland tuvo la oportunidad de presentar el vibrante Mariflor Sauvignon Blanc 2015. Floral, con profundas notas herbáceas y de ruda, éste es un ejemplo que se desmarca tanto de las amabilísimas versiones chilenas como de las super leguminosas (si se me permite el neologismo) interpretaciones del Norte en altura. A renglón seguido un Chardonnay Gran Reserva 2015 de Diamandes, equilibrado, con un verdadero paso de seda y la untuosidad que brinda un buen tiempo en barrica. El último blanco fue otro Chardonnay, esta vez un Lindaflor 2014 de Monteviejo al que fue muy interesante contraponer, un combate de sutilezas, con el Gran Reserva.
Llegó la hora de los tintos y probamos el nuevo Clos. Intenso, con una acidez que promete una guarda más que interesante pero con un presente que nos hace dudar de si habremos de aguantar la espera. Un blend que, además, apuesta a una muy buena relación precio-calidad y que lo convierte de hecho en un verdadero best buy.
La cena discurría con pastas y carne y se fueron sumando el Cabernet Sauvignon 2014 de Diamandes y el inhundible Val de Flores 2009 (también de Rolland, pero de Vista Flores) en versión magnum. Aunque la mayoría de las propuestas se mantenían dentro de una franja de valores más o menos cercanos, el cierre fue con el íconico El Cuvelier Los Andes 2012, que la sacó de la cancha sacrificando algunas de sus preciadas 3000 botellas.