Desde el año pasado la bodega Nieto Senetiner había apostado por una nueva línea que rindiera homenaje y diese testimonio de la historia de una empresa que comenzó su camino en 1888. La serie Patrimonial había arrancado precisamente con su renombrada Bonarda (fueron los primeros en «ponerla en valor» como varietal neto en el codo del siglo) un Malbec D.O.C y un Semillón. Solo faltaba la incorporación de una Criolla Grande y, como lo prometido es deuda, ya la han lanzado al mercado y tuvimos la ocasión de probarla para luego compartir notas con su responsable, Santiago Mayorga.
«La elaboramos con una Criolla Grande del Este, de Divisadero – arranca el enólogo- en tanques de acero inoxidable, con un pisoneo manual, con extracción suave, a bajas temperaturas sin aportarle nada de madera. Utilizamos levaduras seleccionadas para poder asegurar buena fruta y una buena fermentación. Luego hicimos un descube dejándola con las borras finas en el tanque durante unos meses y la pasamos a huevos de cemento por un mes y medio más donde siguieron en contacto con las borras finas para finalmente filtrarla y embotellarla. Las variedades de Criolla que tenemos hoy son 54. Las que llegaron de España son de Criolla Chica como la célebre Listán Prieto que luego acabaría en medio de cruzamientos locales entre cuyos aportantes se destaca la Moscatel de Alejandría y que darían por resultado nuestro famoso Torrontés.»
Hecha la aclaración pasamos al vino en cuestión. Hay una elegancia intrínseca que ya se empieza a palpitar desde la elección de una bella botella borgoña. Entiendo que seguramente se saldría mucho de la impronta del resto de la línea pero el punto es que es un vino tan lindo de color (y que se presupone para consumir joven) que sin duda destacaría aún más si la botella fuese translúcida. Disquisiciones aparte, en copa vemos un rubí claro bien vibrante típico de la cepa. Otra de las cosas que enseguida llama la atención desde lo visual es la profusión de piernas. Sin embargo éste es el único rasgo delator de los 14 grados de la carga alcohólica que acusa la etiqueta y que está magistralmente integrada. Todos los rasgos en la elaboración a los que hace referencia Mayorga se destacan con claridad en un vino fresco de frescura y fresco de que amerita servirse refrescado, algo muy de agradecer en pleno apogeo de unas canículas dignas de una novela de Malcom Lowry. A su vez hay una bonita tensión entre flor, fruta y acidez que vuelve a traer a la mente el término «elegancia». Una estructura a la que atrevería a definir como plástica le da herramientas para emparejarlo con un amplio abanico de opciones de gastronomía.