Si bien el derrotero de Martino Wines arranca hace apenas un par de décadas se nota cierta vocación histórica con el objeto de sus afectos. No en vano sus socios originales decidieron comenzar comprando La Violeta, un viñedo nada menos que de 1926, en pleno corazón de Agrelo, Luján de Cuyo. O, cuando por fin accedieron a la bodega propia, remozando completamente una de 1901.
Con la excusa de empezar a dar a conocer algunos proyectos y novedades se dió un almuerzo distendido en La Salumería, bien regado y mejor contado por Sergio Montiel, enólogo de la bodega.
«Martino Wines arranca en 2001 con dos socios, uno de los cuales da su apellido a la marca– comenta Montiel.- La Violeta es un predio de unas 7,5 hectáreas de Malbec y ya al siguiente año comienzan con una producción de cerca de 30.000 botellas que rápidamente llaman la atención del mercado tanto interno como externo con un estilo de concentración acorde al producido de una viña tan añosa. Enseguida ponen el norte en la exportación aunque ello no quita que la bodega también se destaque a nivel local. Sin embargo a poco acaban saliendo por completo del mercado interno. Según pasan los años continúan expandiéndose y adquiriendo viñedos, muy especialmente uno de 47 hectáreas en la zona de Barrancas donde proliferan ademas del Malbec, los dos Cabernets, Syrah y Chardonnay y merced a esa disponibilidad deciden comenzar a expandir su portfolio. Poco a poco se comienza a incursionar también en otro estilo y en otro nivel y ya en el 2011 compran su bodega propia y un año después comienza mi relación con ellos.»
La presentación arrancó con su primer intento en el rubro rosados. Se trata de un vino muy interesante y que, tanto en su planteo como en su resolución hablan a las claras de las intenciones de la bodega. «Es un cofermentado de Merlot y Pinot Noir (60-40%) de Paraje Altamira con baja graduación alcohólica donde un 30% se fermenta en barricas de segundo y tercer uso. Luego se arma el Blend, se corta y pasa a botella en julio.» Presenta un perfil que ya de movida se desmarca con una punta de graso harto inusual para un rosado y que le da una profundidad que le abre posibilidades gastronómicas sumamente ambiciosas.
Ell portfolio tiene una entrada, Norcelo, pero aquí se decidió hacer foco en el escalón siguiente con sus varietales y cerrar con los dos tintos de la serie Superiore. Es muy atendible cómo constantemente aflora ese respeto por la tradiciones tanto en términos de estilo como en la elección de cepas con aires, si se quiere, reivindicativos. De hecho, y a fuer de ser precisos, es probable que lo más justo sea decir que el estilo está en búsqueda de un perfil más «moderno» pero que hay un horizonte que celebra cepas quizás no tan explotadas pero con mucha historia. Es así como vemos en la línea de varietales un muy buen Garnacha, junto a un Sangiovese o la inminente incorporación del Marselán. Y claro que, dentro de este espacio, se destaca un excelente Pedro Ximenez. «Hemos tenido nuestras idas y vueltas con la cepa hasta hallar el perfil que queríamos, desarrollarlo y buscar imponerlo. Finalmente dimos con viñedos en La Consulta con una conducción de espaldero muy poco común , cuando lo típico es utilizar parral. Pero enseguida de elaborarlo nos enamoramos porque genera una frescura completamente distinta.» Es un blanco con complejidad y muchas capas pero que no abusa de las notas untuosas. Ha habido un paso por madera nueva pero de solo un 30% más una maloláctica con bacterias indígenas. Es un vino fresco, con llamadas verdosas aceradas y buena frescura.
Finalmente pasamos a la frutilla del postre con los dos ejemplos de la línea Superiore. «En el caso del Malbec son 60 hileras que se manejan de un modo diferencial aunque hablamos de un viñedo que, por su edad, es claro que está equilibrado. Sin embargo nosotros decidimos ajustar un poco más la producción mediante podas y una intervención mínima pasando de los 80 quintales por hectárea a sólo 60. En el caso del Petit Verdot, del que estamos orgullosos de que esté reconocido entre lo mejor de Argentina, está basado en el fondo del Río Mendoza en la zona de Barrancas. Un terreno harto pedregoso que ayuda a madurar muy bien el tanino, consiguiendo un perfil más redondo, que no sea tan punzante. Hay que tener, por tanto, mucho cuidado con el remontaje, algo que hacemos virtualmente a diario durante la primera mitad de la fermentación. Luego sí lo dejamos descansar pero ojo avizor recurriendo a algún remontaje más si nos parece necesario.» Sin duda este es un vino de excepción que tiene ya más las notas de estilo regio de las primeras experiencias de la bodega. Es un tinto muy intenso de color con llamadas de ciruela de primer orden (este descriptor no suele ser de mis favoritos pero aquí posee una entidad totalmente distinta y encomiable) Fruta negra chúcara, como moras del costado del camino y un centro torrefacto, bien graso y goloso, que pide, si me apuran un poco, los dulzores de una carne de caza.