Poco a poco los espacios que nos va abriendo la nueva normalidad se vuelven a llenar de presencias y lugares que habían quedado suspendidos en el limbo de la pandemia. Y casi sobre el cierre de este año aciago (nunca creí que se pudiera usar este término y que no fuera como metáfora) nos llega la alegría de poder volver aunque sea un poco a, como decía Borges, aquellos lugares donde fuimos felices. Todo viene a cuento de un evento exclusivo en La Casa del Habano donde, justamente las piezas que fungieron de excusa para el encuentro se ajustan al concepto de pertenencia.
Siendo poseedores de un tabaco superior e incontrastable a los cubanos no solía dárseles bien lo de agitar la imaginación de sus consumidores como alguna novedad y cualquier incorporación o cambio respondía a tiempos vaticanos. Por suerte desde el inicio del co-gobierno de la Corporación Habanos esa tendencia ya no continúa y dentro del marco de su alta regalía podemos disfrutar cosas distintas de un modo bastante asiduo. Para esta ocasión la idea fue probar dos series preparadas exclusivamente para La Casa del Habano. Se trata de brindarle a los representantes de la franquicia alrededor del mundo (de la que ahora hay 140 ejemplos pero cuya tercera sede fue nada menos que en Buenos Aires) piezas «solo para sus ojos.»
En este caso fueron dos vitolas de fuste de marcas muy reconocidas del tabaco de la Isla. Se podía elegir entre la contundencia de un Bolívar y la gracia regia de un Cedro de Luxe de Romeo y Julieta. Con la generosidad que caracteriza sus convites La Casa en su versión local ofrecía una serie de acompañamientos aunque la invitación estaba sponsoreada por los espumantes de Rosell Boher. Esta era una alternativa bastante versátil puesto que los protagonistas de la noche poseían fortalezas diversas. Más allá de los típicos maridajes por acompañamiento, los espumantes suelen ser una alternativa que funciona en cierto grado por oposición, puesto que la baja temperatura y la burbuja más que nada sirven para refrescar y limpiar el paladar.
De menor a mayor arrancamos con el Romeo y Julieta. Esta es una marca muy reconocida que arrancó a finales del siglo XIX y que contó con la devoción de figuras como Sir Winston Churchill. Para la ocasión se pudo probar un Cedro de Luxe. A los habitués de Romeo y Julieta sin duda les sonará la presentación que toma su nombre de la simpática (y fragante) costumbre de que cada uno de los habanos venga envuelto en su propia hojita de cedro, con las anillas por fuera. Aquí se trata de un Gordito, una vitola de galera que no se daba desde que la estrenaron los San Cristobal de la Habana, y que comparte el cepo de un Robusto pero es casi dos centímetros más largo. Como todos sus hermanos se trata de un tabaco de fortaleza media.
La otra opción de la noche iba a ir a por más. Más potencia de sabor, y más fuste de largo a cepo. Se trataba de un Sublime, como se lo conoce de entrecasa, o Bolívar Libertador. Esta marca es ligeramente más joven (nació apenas doblar el codo del sigloXX) y definitivamente más potente. En su territorio de sabor ocupa el ranking de la mayor fortaleza. Con un contundente cepo 54 posee un cuerpo poderoso de 164 mm. Ciertamente no es un habano para el fumador bisoño. Sin embargo siempre cabe tener en cuenta que, debido precisamente a su generosas medidas, arranca con una contundencia sofrenada merced a que ofrece una fumada mas aireada y no tan caliente. Esto lo vuelve mas amigable en el primer tercio para luego sí alcanzar velocidad de crucero y cerrar con toda la potencia de una marca que, literalmente, no se anda con chiquitas.