«Al otro lado del río y entre los árboles» es el nombre de una de las últimas novelas que Ernest Hemingway publicara en vida. Y, aunque el título no pueda sonar más propicio para enmarcar el emprendimiento que Martín Rosberg plantó en Colonia del Sacramento claramente su espíritu no podría estar más alejado de las amargas reflexiones del libro. Si queremos seguir con la vena literaria podríamos decir que hay más del ánimus jocandi del Salgari de Sandokán. Es que El Nido Treehouses ofrece una alternativa diferente para la típica escapada que suele sugerir la idea de cruzar el charco.
Hay algo del espíritu infantil de las casitas de árbol que nos cansamos de ver en las series y películas nortemericanas y que, para muchos de nosotros, quedó en el imaginario de chico de departamento o del patio con algún arbolito que no daba para cimiento de nuestros instintos constructores. Aquí Martín se puso manos a la obra con un proyecto que aúna esa imaginería de la niñez con las comodidades y el ingenio de un pequeño complejo que apuesta a pleno a la desconexión del mundanal ruido. El Nido es una chacra de hectárea y media a menos de 10 kilómetros de Colonia que se desmarca de las alternativas de hospedaje que ofrece ese destino. Está lo suficientemente cerca como para acceder a los paseos de la ciudad pero lo apropiadamente apartada como para disfrutar de un espacio natural donde dedicarse al relax. Tal es así que, a diferencia de otros lugares, aquí el desarrollador decidió sentar su propia base construyendo la casa donde vive con su familia. Esta decisión también se siente en la constante atención al detalle. Los huéspedes son recibidos con una canasta de panes caseros, de masa madre, de frutos secos y de campo producidos por el propio Rosberg. Más allá de lo que podría sonar sólo como un detalle simpático resalta que realmente están muy logrados. Estos esfuerzos de hospitalidad diferencial ahora se complementan con los quesos con los que comienzan a experimentar y arrancan con un Labneh, un untable súper ácido que casa de maravillas con las mermeladas de frutillas y cítricos que la familia prepara allí mismo.
En cuanto al hospedaje en sí, El Nido cuenta con tres cabañas: una a ras del suelo (que fue la casa original de la familia) y dos en altura construidas sobre pilones en medio de una frondosa arboleda. En el primer caso se puede gozar de mayor espacio, posee dos dormitorios y una cocina amplia que da a una deck al frente y una parrilla muy cómoda para los que quieran asar. Detrás se encuentra la línea de árboles donde se hallan las cabañas que le dan nombre a la chacra. La más cercana a la entrada es la mayor, pensada para dos personas con una muy buena vista en altura y dos voluptuosas hamacas paraguayas bajo sus pilares. La otra es un poco más pequeña con un simpático dormitorio tipo buhardilla en desnivel y cuenta con un breve espacio para hacer fuego cerca del pie de la escalera. Si bien no pertenece al emprendimiento, la vista se beneficia con la inmediata vecindad de un viñedo que cierra todo el flanco norte.
Aunque no ofrece servicio de comidas todas las cabañas cuentan con cocinas completas donde se hace patente la importancia que el anfitrión le da a esa tarea, con muy bonita loza, copas de cristal para el vino y cuchillos que realmente cortan. Para una comida distinta existen varias propuestas gastronómicas a la mano entre la que se destaca el resturant del hotel «Las liebres» de bastante enrevesado acceso pero que bien vale la expedición, con su cocina regional y una preciosa huerta orgánica de la que obtienen todos los vegetales que se sirven.
Plena del encanto histórico que caracteriza la escapada a Colonia, una visita a El Nido también posee mérito como para convertirse en una experiencia en sí misma. Un ambiente bucólico pleno de verde y silencio, con atardeceres dignos de «Lo que el viento se llevó» y noches incipientes para disfrutar junto al fuego mientras el aire se embriaga de luciérnagas.