(Desde Mendoza) Como en el cuento del inglés que andaba por el mundo con un ladrillo a cuestas para mostrarle a todos cómo era su casa, en la escena del vino local comienza a privar la idea de que cada botella debería contar de dónde viene antes de de qué está hecha. Esto parece más que pertinente con respecto al último proyecto de la gente de Bodega Atamisque; Clos de Abanicos. Y para hablarnos del tema tuvimos el placer de contar con dos de sus máximos responsables: Adrián Vargas y Philippe Caraguel.
«Precisamente ahora estamos abocados al proyecto de instaurar a San José como Indicación Geográfica – arranca Vargas – y ciertamente es una tarea muy ardua siendo que somos un par de productores medianos y otros 20 pequeños así que sólo con la masa crítica, o más bien con su ausencia, no estaríamos llegando. Por supuesto, además de eso, la INV nos pide que ofrezcamos motivos para que San José pueda reconocerse como una zona específica. Pienso que todo nuestro trabajo y la filosofía con la que fue creada la bodega ha apuntado siempre en esa dirección.»
«Cuando pensamos este proyecto – toma la posta Caraguel – la idea era una utilización cabal de nuestras uvas con una impronta francesa. No tratar de replicar esos vinos sino respetar las características de nuestro terruño pero con una idea de elegancia del Viejo Mundo. Creo de un modo u otro todos nuestros vinos apuntan a ese norte y justamente en nuestra nueva línea Clos de Abanicos pretendemos llevar esta especificidad al siguiente nivel.»
«Desde el mismo nombre de la línea se hace alusión a la conformación de los abanicos aluvionales que descargaron desde el Tupungato y que marcan los perfiles de suelo de nuestra finca. Aquí estamos buscando representar una expresión de vinos sofisticados y muy particulares. Cuando hablamos de una representación cabal de San José entendemos que no sólo se trata de parcelas y cepas sino también del modo en que se desarrolla el clima en una añada específica. Para representar esa idea de evolución constante es que decidimos en cada edición cambiar al artista que engalane nuestras etiquetas. Ahora se trata de otro mendocino, Eduardo Hoffmann que ofreció una obra original para los cuatro vinos. Si nuestros Clos no van a ser iguales de año a año tampoco vamos a vestirlos idénticos a sus predecesores.»
En nuestra última visita a la bodega habíamos podido probar únicamente el Chardonnay de la añada anterior. Ahora la idea fue abocarnos específicamente a los Clos. Hablamos de un Chardonnay 2022, un Malbec 2021, un Cabernet Franc también del mismo año y finalmente un Assemblage 2020.
En el caso del Chardonnay se ve una diferencia con el anterior. Hay más toques minerales junto a ligeras notas de petróleo, quizás más frecuentes de hallar en algunos Riesling, que hablan a las claras de una vocación cero untuosa. Se trata de un vino fresco y sumamente elegante.
En el rubro tintas pasamos al Malbec, aquí también había más flor que fruta, con taninos amables pero bastante apoyados en lo mineral, con tensión. El próximo fue un Cabernet Franc con buena tipicidad aunque la nota pirazínica estaba bien fresca de ají morrón verde y pequeños toques de pimienta negra. Finalmente fue el turno de un Assemblage ligeramente más jugoso en los taninos pero con una mineralidad muy promisoria para la guarda.