¡Qué bueno cuando una gran idea no se queda sólo en eso y fructifica y se acopla a otras buenas ideas hasta conformar una verdadera experiencia! Esto viene muy a cuento de la reciente incorporación de un nuevo espacio de Vico Wine Bar (Honduras 5799), ahora en Palermo. La cosa ya había arrancado muy bien en Villa Crespo con una idea tan práctica como lúdica, tener acceso a una vasta variedad de etiquetas por copa con un sistema italiano de dispenser en tres medidas. Lo genial de Wineemotion, el sistema del que hablamos, es que conserva el vino en perfectas condiciones de servicio, tanto en temperatura como en aislación post descorche, posibilitando que uno pueda probar de todo sin tener que jugársela por una botella entera. Esto en sí mismo sería para alegrarse, pero la gente de Vico decidió que también iba a seguir apostando fuerte a los detalles.
El hecho de que hayan abierto otra dirección, más que doblar las bocas de expendio, fue pensado para ofrecer una versión con variantes del local primigenio sin descuidar los puntos altos de la propuesta original. Sigue la cocina de Julian del Pino, la selección de etiquetas de Pablo Colina y la carta de tragos de Carlo Contini, pero en Palermo se suma un cava de quesos y una mayor preponderancia de la barra. También el planteo gastronómico se acoge a una variante más restó.
Pensada con este protagonismo de barra, la selección de etiquetas es un poco más acotada y llana que la de Gurruchaga. Y en ella se destacan el gin junto al vermouth y la sangría tirados.
En ambos locales se puede seguir disfrutando el concepto de auto servicio con tres medidas de copas que fueron ajustadas en una mayor capacidad, ahora en 50, 100 y 150 ml. Para dar una imagen práctica, esta última sería la medida típica de lo que te ofrecerían en otros restorants cuando hablan de «vino por copa». O sea, alcanza para comer. Si bien el sistema que permite que uno opte por qué y cuánto de qué uno quiere beber puede ser muy cómodo para el conocedor o el autodidacta eso no excluye la variante de dejarse aconsejar por una sommelier por demás atenta y a la sazón, cuando menos bilingüe.
Las mesas más típicas (y cómodas) hablan a las claras de la intención de que aquí se pueda disfrutar en profundidad la increíble gastronomía a cargo de Julian del Pino. La carta tiene muy buenas propuestas de tapeo como unas bruschettas de anchoas de Mar del Plata, pasando por unas remolachas con ricotta de búfala, cristales de sal marina y un toque de miel o las magníficas mollejas con un side de compota de repollo y manzana.
Pasando a los principales hay pesca del día con emulsión de coliflor y una tempura de cocción extraterrena, matambre de cerdo con una ensalada eminentemente tropical de mango, papaya y cebolla morada y carne con ajíes encurtidos. Un renglón aparte merecen los tagliatelle con ragout de hongos y osobuco. Y para acompañar los postres nada mejor que pasarse al vermouth puro y duro. El ultrarefinado Lunfa, basado en un Torrontés de Molinos, apenas con hielo y una rodajita de naranja.