Fruto de la cuenca del caribe, al tabaco se lo suele asociar con ciertos alcoholes que tan bien se han dado en la zona. Y, aunque hubo que esperar hasta el segundo viaje de Colón para que los americanos conociésemos la caña de azúcar, el ron enseguida consiguió ranquear como la pareja perfecta de los puros. Hubo que ido a Europa, al tabaco se lo comenzó a emparejar también con otras bebidas del Viejo Mundo como el cognac o el brandy. Sin embargo, dentro de las muchas excusas para beber mientras se disfruta de un puro la opción del espumante no parece gozar de una asociación tan preclara como la de las espirituosas antedichas.
Es que, cualquiera que haya intentado la experiencia por sí mismo, habrá encontrado mucho más sencillo el acople o la sumatoria de líquidos que no compiten con las papilas que perciben los sabores del tabaco. La carga alcohólica de la mayoría de las aguardientes suele ser una compañera genial para la experiencia de fumar así que, con la misma economía de las Leyes de la Termodinámica, el ser humano tiende a agarrar bien fuerte lo primero que le funciona sin hacerse demasiada historia. Pese a todo esto, apenas uno empieza a indagar un poco, se cae en la cuenta de que, aunque quizás no tan propagada, existe una tradición de acompañar con burbujas los humos de un cigarro. Sin ir más lejos cabe recordar el nombre del puro más destacado de Davidoff cuando aún producía sus tabacos en Cuba: Dom Pérignon.
El punto es que, para entender esta bonita asociación, tenemos que apartarnos del paradigma de acompañamiento y apuntar a la oposición. La burbuja refresca y limpia el paladar (como podemos notar en el caso de las aguas minerales carbonatadas) así que, mientras que el whisky o el cognac se suman al humo, el espumante barre el paladar con sus burbujas y le baja la temperatura.
Arrancando desde aquí podemos comenzar a experimentar con diferentes tipos de espumantes. Etiquetas jóvenes, con toques frutales y poca evolución, podrían casar de maravillas con perfiles de puro más ligeros como los que puede ofrecer la paleta dominicana. O, conforme va creciendo el contacto con las lías se puede ir subiendo la intensidad y apostar por combinaciones más jugadas. Sólo por hacer algunas sugerencias podríamos pensar en las sedosidades de un Veuve Cliquot junto a un Quai de Orsay 54. Y ya con ganas de sentarse a la mesa de los grandes, por qué no atreverse a soñar con un Rosell Boher Gran Cuvée 70 meses emparejado a un H.Upmann Connossieur B. El espumante es ciertamente de lo mejor de esa bodega, un ejemplar pleno de notas harto evolucionadas, exquisitas y complejas de miga de pan, coco y frutas secas que se acoplan con los toques de avellana del habano con su fumada generosa y amable merced a la conjunción de un cuerpo elongado y un rotundo cepo .