Como aquel inglés que andaba por el mundo con un ladrillo a cuestas para explicarle a todos cómo era su casa, la metáfora del vino también parece por demás adecuada para hablar de pertenencias. Y a veces ese reconocerse en el espacio no es necesariamente correlativo a nuestro punto de origen. Sino cuéntenselo a Agustín Lanús que, de la cota cero de los porteños, acabó encontrando su lugar en las alturas de los Valles Calchaquíes.
Siguiendo ese derrotero interior, el futuro winemaker tampoco pertenecía a una prosapia de barones de la viña. Bien que su interés por la tierra sí había alcanzado para convertirlo en Ingeniero Agrónomo todavía habrían de hacer falta muchas copas escanciadas y vendimias bajo el poncho. Mientras, se anotaba en una por entonces incipiente carrera de sommelier «Ese contacto me fue empapando cada vez más en la magia del vino– comenta Lanús-.» Y de allí fue sólo un paso el volcarse de lleno a la actividad, partiendo a Europa para hacer la carrera de Master en Ciencias de Viticultura y Enología.
El regreso al continente (en rigor estaba pasando por Chile por una oportunidad de trabajo) lo puso en contacto con Stefano Gandolini quien sería de capital importancia a la hora de guiar su periplo por los Valles Calchaquíes. «En mi experiencia, especialmente catando para una guía, había descubierto la singularidad de los viñedos de gran altura del NOA. Así que ese fue el escozor que me fue impulsando a estudiar la región y ver la factibilidad de desarrollar un proyecto basado en producción por encima de los 2200 metros. Hago mención a esta cota pese a que no existe un consenso unívoco sobre a qué se debería denominar «extrema altura» así que, al menos por fines explicativos, decidí trazar allí mi línea en la arena.
Aquel primer contacto con los Valles Calchaquíes habría de dar sus frutos en una pequeña bodega tucumana donde, como parte del trato, Lanús pidió tres tanques y una barrica para empezar a hacer sus primeros intentos propios. A partir de allí comenzó una historia que, apenas en siete años, puso su nombre y el de sus vinos en un lugar muy especial. Dentro de su portfolio de creaciones vamos a repasar tres, con la sensación de que son un muy buen punto de partida para comprender la prédica de este enamorado de los vinos extremos.
En la ciudad en la que ahora vive se encuentra Bad Brothers, un espacio donde disfrutar el vino en pleno corazón de la pequeña y bella Cafayate. «En mi vida siempre se han dado alianzas, encuentros con amigos que han sido parte indisoluble de los proyectos que acabamos desarrollando. En el caso de Bad Brothers fue la conjunción de Bill, Agustín y David, de ahí salió el BAD y, si bien el primero ya no forma parte del día a día, David Galland sí, y es un hombre con un especial sentido del marketing. Yo había pensado en algo tipo Bad Wine, pero el insistió con Brothers y quedó. Ademas de haber sido muy bien recibido por los consumidores. Todos los vinos de la bodega pertenecen a terruños en el eje Cafayate-Tolombón y pivotan en los 1800 msnm. Tenemos series que respetan la concepción histórica en que solían plantearse las viñas con ejemplos como el MaTaCa, una etiqueta que reúne tres de las uvas tintas más representativas del lugar: el Malbec, el Tannat y el Cabernet Sauvignon que, incluso, se daban de crecer entreverados. Así que con este corte sólo estamos respetando una tradición ancestral de los vinos de la zona.»
Hablando de tradición ancestral y el respeto de Lanús por revivir los viejos saberes de la viña vienen muy a cuento los vinos de la serie Sunal. Todos son provenientes de zonas por encima de los 2000 metros y buscan reflotar cepas tan antiguas como la hoy reivindicada Listán Prieto, Criolla Chica para los locales. Justamente la suya es una de las versiones más sofisticadas y vibrantes que puede encontrarse entre los cultores de la cepa. Se usan en su elaboración algunas plantas que datan de 1905, desperdigadas en los jardines de algunas familias de Cuchi Pampa en Luracatao, Salta. Se trata de un tinto que ya se destaca desde su color, un rosado con tintes granates, una variante más intensa que otras versiones de este varietal que se pueden encontrar en el mercado. Hay mucha nota de cerezas y confitura pero con una base fresca, floral, que se beneficia de los toques alicorados de una carga alcohólica presente pero que no apabulla.
Otro buen ejemplo de su prédica es su Malbec Ilógico. Se trata de un corte de tres terruños del Valle. Arrancando en los 2100 metros de Hualfín en Catamarca para seguir subiendo otros 100 metros con los aportes de uvas tucumanas de Amaicha del Valle para cerrar con una cota de 2400 en Angastaco, Salta. «Soy de la idea de que esta conjunción de expresiones da por resultado algo mejor que su simple adición. Y eso es algo que se destaca, que da un perfil diferente, vibrante y auténtico, que no se parece más que a sí. No creo en hacer vinos pensando en el mercado en el que podrían cuadrar, más bien confío en que los amantes del vino van a apreciar una propuesta diferente, hecha con trabajo duro, cariño y respeto.»