Delicias turcas

La multiplicidad de proyectos, tanto propios como ajenos, y un talante por demás movedizo han hecho de Karim Mussi un winemaker difícil de compendiar. Tiene los Qaramy en una viña super acotada de Los Árboles, pero también los Alandes que aspiran a contar el vino argentino apoyado en la cordillera. Como una de las «maravillosas ocupaciones» de Cortázar nos volcamos a hacer el intento en nuestra última visita a Mendoza.

La Bodega Alandes es pequeña, encantadora y cercana, apenas a un Uber barato de la capital provincial. Justamente esa accesibilidad y ese tamaño le han marcado el destino al bello casco restaurado en Coquimbito como centro logístico y también de evangelización sobre su idea del vino.

Para empezar se recomienda la excelente visita guiada con degustación dada con suma devoción por el tópico además de una cordial profesionalidad por la gente de su equipo. Hay dos alternativas en precio (dependiendo de a cuántas de las osadías de su portfolio se desee acceder) pero aparte de eso ambas son una experiencia entrañable.

La historia arranca con un padre perteneciente a la industria del vino pero en una rama tan jugosa como poco conocida: la reutilización de los residuos de su producción . El mosto había resultado un buen negocio como contraprestación por alquilar las tierras que los Mussi tenían en La Consulta, así que digamos que la idea de su hijo para retomar el control de los viñedos para hacer sus propios vinos no fue recibida sin resistencia. Sin embargo la historia cierra con un bautismo y refundación de la Bodega como Altocedro.

Desde la elección de un nombre que menta su origen (el cedro es el árbol nacional del Líbano) más la elección de imágenes de Banksy para adornar su emprendimiento hablan a las claras de que a este creador no hay detalle que pase desatendido. Desde bellas historias contadas en sus etiquetas al hecho de que Alandes utilice casi como un emblema su caja de tres Malbec provenientes de tres zonas productivas que faldean nuestra cordillera, hablan a las claras de la visión del vino comprendida dentro de una estética general. El casco de la bodega fue restaurado con gusto y, dado su tamaño, terminó siendo chico para algunas de sus producciones, si bien se siguen utilizando sus piletas para vinos de terceros en pequeños volúmenes. Y, como decíamos, es el centro de distribución de todas sus líneas. Aunque todas sus etiquetas son más que atendibles vale la pena probar y ver de hacerse con alguna de las muy escasas botellas de la serie «El jardin de los Caprichos» pensadas para ser adquiridas in situ o a través de su exclusivo Club de Socios.

Por si algo le hubiese podido faltar a esta apuesta tan cálida como única, la bodega alberga una versión con la gastronomía de Vico. Pocos cubiertos, muy buena cocina y, en este caso, una carta cien por ciento Mussi para cerrar la propuesta de este anfitrión legendario.

Deja un comentario