Justamente el lema de Santa Julia hace hincapié en los múltiples compromisos que la bodega sostiene en su forma de crear vinos. Desde su prédica sustentable a la incorporación de prácticas orgánicas hasta la búsqueda de nuevas expresiones siempre dentro de un bolsillo posible. Por eso no sorprende la grata experiencia gastronómica que aguarda a sus visitantes en medio de su finca en Maipú.
En el Km 7,5 de la ruta 33, a poco más de media hora de la ciudad de Mendoza, se encuentra La Casa del Visitante. Enclavada en medio de los viñedos, ésta es una de las dos propuestas gastronómicas de Santa Julia. La otra es Pan y Oliva que, como su nombre lo indica, se centra en los producidos de otra de las patas del proyecto de los Zuccardi, la creación de aceite de oliva de calidad. Allí campea una propuesta de cocina de perfil mediterráneo mientras que en La Casa del Visitante los protagonistas son los fuegos y las carnes.
En esta ocasión nos tocó recorrer la mesa de esta última que ya desde el vamos comienza con el aporte de las míticas empanadas de La Chacha. María del Carmen Vicario tuvo un bello derrotero dentro del emprendimiento creciendo desde bachera hasta producir sus reconocidas empanadas, al punto de alzarse con el mayor premio de la especialidad en 2019. Así que lo mejor es ver su cara sonriente mientras ofrece un generoso trío de las mismas por cabeza con una copa refrescante de vino blanco.
A renglón seguido es el turno del primer paso, achuras con matambrito de cerdo acompañado con una panera exquisita de panes de masa madre a las brasas y focaccia. Allí empiezan un paseo por los tintos que puede ir de los Zuccardi Q a los más modernos Concreto o Polígonos.
Entrando en tema se abre paso un rotundo bife de chorizo con un acompañamiento de papas pay y huevo mollet, además de ensaladas de cebollitas de verdeo a la parrilla, de hongos y un hummus casero de semillas de notas ahumadas.
A los postres hace su aparición un diabólico carrito de postres típicos que nos hacen aguzar el ingenio y la gula tratando de no perderse nada entre los increíbles zapallos en almíbar, los quesos regionales, el dulce de membrillo o un flan casero digno del arquetipo platónico.
Junto con los almuerzos se incluye una visita con degustación a la cercana bodega, ideal para dos cosas: completar la experiencia y como bajativo, aunque antes de eso se puede disfrutar de un último café en los jardines u optar (como hizo quien suscribe) por una infusión de las hierbas de la finca que, desgraciadamente, no está a la venta.