Cuando la Ley Volstead, más conocida como Ley Seca hizo su aparición en Estados Unidos prohibiendo la venta de alcohol, la malahora sonó para las barras. Pero por supuesto eso no significó en absoluto que la gente fuese a perder su afición por la bebida, a lo sumo que ahora sería ilegal, mayoritariamente espantosa y a precios exhorbitantes. Y aunque ya quedamos muy lejos de aquella infausta ocurrencia, cierta vocación clandestina aún resulta seductora. Por ello varios bares de la ciudad apuestan a ese juego de visto y no visto, de secreto mejor guardado. Este es el caso de Uptown Bar (Arévalo 2030)
La experiencia arranca con una escalera que desciende, anónima de toda anomia, para pasar de buenas a primeras a la más neoyorquina de las estaciones de subte que uno pueda imaginar. Escondido en un recodo, de pronto uno está inmerso en un ambiente que deslumbra incluso a los nacidos al norte del Río Bravo. Entrada a través de un molinete y un vagón de subway, todo pleno de detalles de luz y sonido que ya justifican la experiencia. Adentro un espacio subterráneo pero con techos altos tan antiguos como magníficos. Uptown es un sitio pensado con muy buena oferta gastronómica de la mano de Dante Liporace, que recrea varios platos de la cocina de la Gran Manzana con toda su explosión de tendencias étnicas.
Sin embargo el foco está puesto en una mixología de excepción a cargo del ex Doppelgänger Luis Miranda. La barra es igual de apoteósica que el resto de la puesta arquitectónica con una impronta que no por canchera descuida un standar bien alto. Entre las propuestas descolla el Ritch Bitch, Jameson con su propia granadina de hibiscus, jugo de limón y bitter de uva, todo servido en una decadente copa tipo María Antonieta y con un apropiado garnish de billete de dólar. Otro ejemplo es uno de sus cócteles más pedidos: el Cowabunga. No sé bien a que grupo generacional debería sonarle el grito de guerra de las Tortugas Ninjas pero esta combinación de fernet, vinagre de ananá, Cointreau y jugo de limón funciona. Es muy interesante ver cómo el mismo fernet que tan malas impresiones podría dar en sus usos en tierras cordobesas y aledaños puede volver a por sus fueros como un amargo herbal que le aporta un equilibrio fresco a la fórmula.