Rosados

La evolución en  el gusto de los consumidores ha ido ampliando la paleta de los vinos que se atreven a probar. Luego de que los tintos se dejaran cartografiar allende la fruta del Malbec patrio y las corpulencia del Cabernet, el paladar de los locales comenzó a aceptar la posibilidad de que no todo  fuera tinto o blanco. Y si este proceso aún no se ha afianzado del todo, ni que decir qué les queda a los rosados.

 

Más allá de un color que se ha asociado desde siempre con lo femenino (y que algunas bodegas no tienen empacho en fomentar abiertamente desde el diseño de sus etiquetas) resúltate que esa visión sesgada de este tipo de vinos no es más que una marca patente de desconocimiento. Ni los tintos son viriles ni los blancos y rosados son afines con el bello sexo. Más bien son diferentes expresiones de ese producto maravilloso que es el vino.

 

Decíamos que no hace tanto el rosado era un lujo (o una rareza) que muy pocas bodegas locales se permitían. Ahora, sin embargo, parece haber una explosión de rosados por el orbe y que suena muy apropiada cuando el calor asfixiante vuelve temerario consumir vinos con estructuras más pregnantes. El punto es que en este momento, además de aquellas alternativas simples y refrescantes (y que parecen fáciles de cubrir bajo el manto del espantoso término «piletero») existen varios ejemplares de rosados con características propias que, sin desdeñar su frescura, pueden ser una excelente alternativa para acompañar una amplia variedad de platos.

 

Uno de los pioneros ha sido sin duda el Carmela Benegas. Este rosado de la serie Estirpe está hecho de Cabernet Franc, una variedad que los Benegas Lynch han sabido manejar como nadie y son fruto de la sangría de lo que serán los vinos de guarda de la bodega. Se trata de uvas de la Finca Libertad, cuyas vides campean tranquilamente los 120 años. En este caso dan por resultado  un vino muy vivaz, de una estructura que se comienza a evidenciar tan pronto se le va pasando el frío, y que lo convierte en  buen acompañante de una amplia variedad de platos. O para ser bebido como un aperitivo de lujo.

 

El Sylvestra Rosé es un emprendimiento manejado por los hijos de Walter Bressia. Se trata de un rosado de Pinot Noir y, como bien ha dicho el patriarca «está pensado como los típicos rosados de Provence» Lo que quiere decir que se lo produce con ciertos parámetros muy específicos en mente. Se trata de un rosado «tela de cebolla» de un color que enloquece a los fotógrafos (doy fe) a la hora de tratar de hacerle justicia. Este vino de Agrelo sorprende con una coloratura que no pareciera condecirse con su estructura, su largo de boca y toda la fruta que se expresa sin el menor vestigio de madera.

 

Otro rosado de apariencia sutil es el que produce El Porvenir. Para el caso se trata de un single vineyard oriundo de Cafayate. Proviene de la Finca Rio Seco, que está por encima de los 1700 metros. La altura y las sutilezas necesarias para evitar la sobremaduración con las variedades tintas (a las cuales pertenecen en su totalidad las 60 hectáreas que la conforman) hace que sus responsables tengan que estar muy sobre las bayas, llegando al punto de cosechar un par de semanas antes de lo que los usos y costumbres hubieran sugerido. El resultado: un rosado muy ligero de color, con una mineralidad fruto de la composición de su terroir pero que no desdeña notas de rosas, con buena presencia de fruta roja.

 

Otro producto del norte cafayatense es el rosado que propone Francisco «Paco» Puga, enólogo de la familia Hess para su bodega Amalaya. En este caso también estamos hablando de terrenos de gran altura, por encima de los 1800 metros, con índices de insolación muy altos, lo que en palabras del propio Puga «me hacen cosechar algunos blancos casi con los vinos bases de los espumantes». Además del tema de la coloratura, Puga gusta de blancos frescos, algo que torna aún más difícil este desafío. Hay que añadir que, de los ejemplos que hemos abordado aquí, éste es el único rosado de corte, es decir que se conforma con la mezcla de un rosado de Malbec más una proporción de Torrontés. Es un vino muy ligero, bebible y, como buscaba su creador, marcadamente fresco.