Se ha dicho (y con razón) que en el andarivel del Malbec competimos solos. Cierto es que nuestra cepa insignia, si bien no es originaria de aquí, sí alcanzó una expresión única en estas tierras. Este ha sido un rasgo muy útil a la hora de presentar algo distinto en la ultra competitiva palestra de los vinos del mundo. Y si bien se admite que el Malbec no ofrece el andamiaje estructural de, por ejemplo, el altamente comparable Cabernet Sauvignon, es reconocido como un muy buen vehículo a la hora de expresar terroir.
Esa característica de la tinta patria ha posibilitado que muchos productores argentinos pueden pivotar sobre ella ofreciendo expresiones variadas y enriquecedoras. Sumándole a eso la posibilidad propia de producir en altura tenemos, literalmente, la mesa servida para ofrecer tintos que sorprenden y se siguen desmarcando.
En este apartado especialísimo brillan las propuestas de Agustín Lanús. Este creador de vinos y gran enamorado de los Altos Valles Calchaquíes ofrece tres vinos premium de ediciones muy acotadas que, sin salirse del Malbec presentan expresiones totalmente originales y diferentes entre sí. Su prédica sobre el respeto por el terruño se pone de manifiesto merced a tres etiquetas que, aunque tengan en común su calidad y escasez de ejemplares, muestran las posibilidades de experimentar y seguir jugando con las distintas encarnaciones del Malbec de Extrema Altura.
Comenzamos con el Sunal Icono 2016. Este es el único ejemplo de la combinación de micro terroirs en la cuenca del Alto Valle abrevando en cuatro fincas de Salta, Tucumán y Catamarca. Las uvas provienen de Luracatao, Pucará, Amaicha del Valle y Hualfín con un espectro de msnm que va de los 2100 a 2700. Es un vino muy suntuoso, regio, que sin embargo hace gala de una acidez que agiliza su paso por el paladar. Es curioso ver cómo ese equilibrio, con las rotundas insolaciones a las que fueron expuestos sus componentes, no arrastre el peso de una concentración marcada. En esto tiene que ver su paso por madera, muy bien integrada que arranca con un año de barrica usada para recién después volver a trasegarlo a barrica nueva. Toda esta historicidad nos llega desde la primera nariz con mucha fruta negra y flores (debido a la buena acidez de la que ya hicimos mención). De un violeta intenso se nota en sus piernas que no ha sido filtrado y que posee un alcohol presente. En boca hay dejos oliváceos y unas llamadas perdurables de balsámico.
Al pasar al Sunal Salvaje 2019 nos sorprende un perfil que recuerda mucho a los vinos naturales, bien que posee, aunque muy acotada, su porción de sulfitos. Comentando con Lanús cierta nota vegetal que a quien suscribe le llamó poderosamente la atención afirmó- «Esa sensación se condice con el espíritu y la forma en que fue ejecutado este vino. Se trata de una enología de intervención mínima. Fijate que está madurado durante un año en huevos de cemento, sin el menor contacto con madera. Esto brinda una frescura de fruta y mucha de esas «notas verdes» a las que hacés mención.» De los tres es el único que cuenta con un corcho de reconstitución vegetal que pronto será común a todos los productos de sus otras líneas. En cuanto al vino se presenta de un profundo carmesí, con mucha flor y hoja de tomate y es un single vineyard de Pucará que ranquea en la cota de los 2400 metros.
Finalmente llegamos al Aguayo 2015. Como el nombre que comparte con la hermosa prenda que visten en ocasiones especiales los incas y quechuas se trata de un verdadero trabajo de amor donde se pone de manifiesto la devoción que llevó a Agustín Lanús a hacer de estos valles su lugar en el mundo. La enología está compartida con el eximio enólogo chileno e instigador del enamoramiento norteño de Lanús, Stefano Gandolini. Si bien adscribe a un perfil del Viejo Mundo sigue sorprendiendo con su propia idiosincracia al presentar una frescura que le suma una impensada tensión. En su origen estamos hablando de apenas un par de hectáreas en Hualfín, a 2100 metros plantadas en 1931. Como ya hemos dicho en más de una ocasión este tipo de fincas producen poco pero de forma muy regular, tanto en los rindes como en la calidad. Sin embargo son bienvenidas ligeras notas de flores y fruta no tan concentrada en la primera nariz. Por supuesto es un vino que exige respeto (o mejor aún, una cariñosa paciencia) porque, si se cuenta con el suficiente temple para no ultimar la botella con atropello de amante, se abre y se abre con deliciosos terciarios de chocolate y damascos disecados.