Más allá de los vaivenes de la Bonarda hay que reconocer que Nieto Senetiner fue sin duda la primera bodega en ponerle fichas a la cepa posicionándola en lo más alto de su producción. La llegada sobre el fin del milenio de su legendaria Partida Limitada dejaba en claro toda la fe que tenían en ella. La apuesta dió sus frutos casi de inmediato y ahora llega el tiempo de seguir la búsqueda terroir por terroir. Y para ello acaban de lanzar al mercado su Trilogía de Terruños. Para saber más de Bonarda y del desarrollo de este varietal tan popular como a veces malentendido hablamos en exclusiva con el creador de la serie, Roberto González.
«La cepa siempre fue muy popular, se trata de una variedad que tiene buena fruta, tal vez no tan rica al expresarla como el Malbec y que también es resistente y productiva. Pero además de eso nos pareció que, manejada adecuadamente, podía llegar a dar vinos de gran calidad. Nuestros comienzos fueron casi fortuitos. Enviamos una tanda como marca blanca para el mercado inglés y se entusiasmaron de tal manera que decidimos presentar el vino en concursos europeos donde arrancó un largo derrotero de premios y buenas puntuaciones. Pero el tema fue que, en un principio, nosotros elaborábamos nuestra Bonarda con uvas de terceros. Cuando comenzamos a notar su potencial nos empezamos a involucrar más y más con dichos productores. Hasta que en el 2000 compramos una finca en Agrelo y ese fue el punto de partida de un nuevo modo de ver la cepa. Descubrimos pronto cómo se expresaba con diferentes matices dependiendo del terroir y eso fue lo que terminó llevándonos a esta apuesta que incluso tiene una arista casi pedagógica sobre la Bonarda. Proponemos estas tres versiones presentadas en set para que el consumidor pueda hacer su experiencia y compare las diferencias de expresión que puede brindar la cepa.»
Con matices cada miembro de la trilogía expresa también un perfil de vino que comienza a sentirse circular, volviendo a cierta concentración luego de una preeminencia de estilos más ligeros, bebibles y hasta jóvenes, podría decirse. «El paso por madera es un componente esencial– continúa González– y hay que tener en cuenta que estos tres ejemplos giran en torno a nuestro tope de gama. La bodega también tiene su oferta en vinos más accesibles, pero con la Trilogía estamos apuntando a acercar al consumidor a una propuesta más sofisticada, que sirva como punto de entrada al Partida Limitada.»
La experiencia puede iniciarse por donde uno prefiera y nosotros, con total arbitrariedad, la encaramos desde la altura. Arrancamos con el Desierto de Lavalle: se trata de un tinto de color ala de cuervo. Proviene de un amesetamiento a 600 msnm plantado en 1994 con suelos conformados por arcilla, limo y arenas a profundidad pero sin presencia de calcáreos. Claramente es el de sensación más sedosa de los tres. Hay buena fruta roja madura, un alcohol bien integrado y notas claras del paso por madera. Le sigue el de Agrelo (1050 msnm) en Luján de Cuyo. Aquí se suman ciertas notas oliváceas y de mentol que, junto a una mineralidad incipiente, lo vuelven más «filoso» que su predecesor. Pasamos por último a Tupungato en Valle de Uco. Este exponente es el que mayor afinidad tiene con los Partida Limitada. Presenta una acidez vibrante, fruta ácida de carozo como cereza pero, ante todo, ciruela y flores en el conjunto más complejo y sofisticado del trío.
Aunque se buscaba jugar con sutilezas y diferencias esta propuesta claramente abona el retorno a los vinos más carnosos que buscan un poco más que acompañar la comida. «Es que, en este extremo de nuestro portfolio la paleta tiende a ser más conservadora, si se quiere– explica el enólogo- sin ánimo de comparar se asemeja a los movimientos de los grandes vinos europeos. Pueden evolucionar en su estilo, por supuesto, pero sus tiempos son otros, más largos y parsimoniosos. Nuestra bodega no se priva de experimentar y proponer cosas nuevas a nuestros consumidores, pero en el caso de la entrada a la alta gama hace una apuesta sin arrebatos. En cuanto a lo que parece ser una vuelta del péndulo hacia vinos más complejos, con mas corporeidad que tensión, creo que en buena medida se atiene a una máxima en la que creo con total convicción: el vino puede ser arte, puede ser moda pero, y por sobre todas las cosas, tiene que ser el protagonista de una satisfacción hedónica.»