Bien que si la última vez que alguien citó aquello de que «los argentinos llegamos de los barcos» se armó una maroma que te la voglio dire tenemos que reconocer que pocas veces una frase parece venir tan a cuento como en el caso de Bira y sus jóvenes vinos. La bodega que toma su nombre de la sigla de Bernasconi-Isgró-República Argentina posee una innegable raigambre italiana a la que han decidido rendir tributo en cada aspecto de su proyecto. Justamente para desgranar esa historia y dar a conocer sus vinos Federico Isgró convocó a un grupo de periodistas especializados en Narda Comedor.
Mientras que cualquier responsable de marketing buscaría con fruicíon una historia para contar, algo que le dé organicidad a una propuesta, en el caso de los chicos de Bira tal historia es una parte inseparable del ADN de su bodega. Desde los nombres de sus etiquetas al arte de las mismas (que acaba de pasar por un restyling completo) todo hace promoción de fe italiana.
«Tanto en mi caso como el de mi socio Santiago Bernasconi, el tema de nuestros orígenes se ha vuelto un eje, más allá de lo profesional, de la vida misma. – comenta Federico Isgró– No sólo ambas familias llegaron de Italia sino que también a los dos nos picó el bicho de uno de sus productos más representativos: el vino. Cada cual fue haciendo su propio camino en la industria hasta llegar a Bira, pero juntos reunimos más de medio siglo de experiencia profesional para este proyecto al que yo ya me aboco a tiempo completo y al que Santiago también se dedicará en exclusiva en pocos meses.»
Esta asociación se complementa con Bernasconi apuntando a la parte más comercial e Isgró aportando su doble conocimiento como enólogo e ingeniero agrónomo. Además en su caso esa vocación por rendir tributo a sus orígenes lo llevó a estudiar, trabajar e instalarse con una familia incipiente en la mismísima Toscana. «Esta experiencia, empíricamente, iba a convertirse en el principio rector de lo que comenzamos a buscar con Bira y nuestro uso recurrente de la Sangiovese. Caminando las bodegas allá comencé a cruzarme una y otra vez con esa cepa siempre complementada magistralmente con Merlot y Syrah. Así que de ahí nace el hecho de que este varietal tenga un enorme protagonismo en nuestros vinos. Cabe destacar que, si bien esa idea de corte fue un norte para nosotros, primero tuvimos que ratificar las expresiones de sus componentes en Valle de Uco. Teníamos en claro que la intención era reversionar ese estilo con el terroir local y no tratar de replicar los cortes originales del otro lado del océano.»
Organicidad es el término que parece surgir a cada paso del derrotero de la bodega que empezó a producir apenas hace cuatro años. Desde la búsqueda de un viñedo de Sangiovese de 1975 (que para sorpresa de la mitad de la biblioteca producen calidad pero también un poco de volumen) a la intención de que sus vinos se reconozcan por sus nombres antes que por sus composiciones. Eso hace que tampoco demuestren mucho interés por comunicar sus cortes (aunque igual algo indagamos sobre el tema). También han decidido dividirse en dos «generaciones«. La primera hace foco en los perfiles más europeos mientras que la segunda deja más protagonismo al Malbec. Claramente el hilo conductor es la omnipresente Sangiovese y una estructura entre fruta y acidez que los vuelve muy gastronómicos como pudimos comprobar emparejándolos con buena parte de la carta de Narda Comedor.
Para abrir el juego arrancamos por el segunda generación Tanito 2020. Clara alusión al apelativo por que se reconocían a los inmigrantes italianos, aquí tenemos un vino que fue concebido a este lado del Atlántico y que posee una porción mandataria de Malbec (80%) redondeado con un 12 de Sangiovese y un cierre de Cabernet Franc. Es un tinto muy plástico con más fruta madura que varios de sus hermanos y que presenta toques de ahumado conforme va perdiendo temperatura y abriéndose en la copa (el enólogo insiste en servirlos bastante más frescos que el promedio de cava)
A continuación, aún con los entrantes fue el momento de presentar el Rosso d’Uco, verdadero caballito de batalla de la escudería. Volvemos a ver la típica nominación itálica con un corte para el día a día que puede ser, como en este caso, un lujito en lo cotidiano. Aquí podríamos decir que se plasma el epítome de esos vinos que tan buenas remembranzas le han traído a Isgró, mucha fruta al frente merced al 70% de Sangiovese, junto a un 30 más o menos mitad y mitad de Merlot y Syrah, con una linda acidez.
Para empezar a acompañar los principales llegó el momento del Brunetto 2020. Así bautizado por el nombre del cocinero del Ugolino Vivaldi, una figura entrañable que siempre se hacía de algún dulce o una fruta para darles a los chicos del viaje, entre los que se encontraba el propio padre de Federico. En la etiqueta se ve el puerto con dos pequeñísimas figuras doradas representándolos. Aquí el Sangiovese asume aún más protagonismo con su 80% mientras que el resto es para una mezcla de Merlot y Syrah cofermentados. Vuelve a presentarse la frescura típica con notas de cereza y algo de evolución.
Último integrante de la primera generación llegó el Bin Otto 2020, cuyo nombre hace referencia a que los amigos produjeron un pequeño extra de este vino regio y debieron costear un bin más de los siete que tenían. Hay todo un artesanato en este tinto que, con su 92 por ciento de Sangiovese de viñedos de 1975, tranquilamente podría referenciarse como varietal puro pero que no reniega de un aporte elegante final de Merlot y Syrah, todo microfermentado en los citados bines y con amoroso remontaje manual. Un vino excelso, para paladares maduros con clara impronta de guarda.
Y finalmente, a los postres, volvemos a la segunda generación para el cierre. Aquí se eligió el Tano 2020, una expresión suntuosa que distribuye a partes iguales su protagonismo con un pie en ambos mundos. El 80% a partes iguales entre Malbec y Sangiovese con 15 de Syrah y un 5 repartido de Merlot y Cabernet Franc. Es un tinto muy logrado, repleto de capas y que se da el lujo de acompañar los dulces para ser disfrutado casi solitariamente.