Como una bella conjunción entre lo viejo y lo nuevo, entre lo autóctono y lo foráneo, el espacio de Atamisque parece presto a tomar lo mejor de ambos mundos. Esta bodega de San José en el Valle de Uco que arrancó su producción apenas en 2007 ha sabido reflotar un casco inmerso en los jardines creados por Carlos Thays a finales del Siglo XIX, que dicen supo albergar a un Walt Disney buscando inspiración para «Bambi» y además producir vinos tan personales como superlativos.
Como anfitrión de lujo tuvimos el placer de contar con la guía de su director enológico, Philippe Caraguel. Más allá de su ascendencia familiar, es un mendocino nacido y criado, con un acento criollo que sólo se bandea un poco cuando se le escurre algún termino de la dulce Francia. «Este espacio supo arrancar como una finca de producción y acopio de frutas con apenas unas pocas hectáreas de viñas, eso sí, de calidad, que le vendía a bodegas de primera línea. Quiero decir que, aunque no fuese su prioridad, éste era un terreno que producía uvas finas.-explica Caraguel– Con sus idas y vueltas finalmente la finca quedó a la venta hasta que se interesó en ella John Du Monceau que quiso convertirla en el corazón de sus sueños de retiro. Por su lado poseía un interesante savoir-faire fruto de sus antecedentes como ejecutivo del grupo hotelero Accor junto al bichito de la viña que picó al abuelo de su esposa Chantal, Alfred Condeminal, quien fundó la bodega de su familia política en Beaujolais dos siglos atrás. Con todo este bagaje se pensó a Atamisque como un emprendimiento tanto enológico como turístico.»
Aunque se respetó el casco original de la residencia con sus vastos y bellos jardines se decidió convocar al reconocido estudio mendocino Bormida & Yanson para que diseñaran tanto la nueva bodega como el lodge de seis habitaciones y el restó. En el caso de la bodega se hace patente la inspiración entre bordolesa y provenzal con sus rotundos muros de piedra y sus techos de pizarra. Justamente este tipo de techumbre ha demostrado sus cualidades aislantes al igual que las piedras que fueron tomadas de la zona. La parte de producción ha sido diseñada de forma tal que aprovecha la fuerza gravitacional, con su consecuente reducción en gasto de energía y huella de carbono y está enmarcada en un juego de terrazas que flanquean un pequeño monte de olivos. Con respecto a dichas terrazas todas están sembradas con las diversas cepas que produce Atamisque y son un gran recurso pedagógico a la hora de mostrar a los visitantes sus distintas variedades de uva.
Pese a una inspiración claramente francesa, Atamisque, ya desde la propia línea de sus vinos, muestra su profundo respeto por los usos y costumbres del Valle. Serbal, Catalpa y Atamisque son nombres que refieren a arbustos vernáculos toda vez que se corresponden con sus líneas primero sin madera, luego con un 50% de uso de tonelería hasta finalizar con una que acusa 11 meses de paso por barrica. A un lado de las terrazas arranca un monte nativo donde, asesorados por especialistas en botánica de las universidades de la zona, se pueden recorrer las estaciones jalonadas de estos mismos arbustos, jarillas y retamas. En huarpe el término Atamisque significa «Aguas Claras» y alude al hecho de que esta planta se nutre exclusivamente de agua potable por lo que encontrársela era una señal de la existencia de este recurso. Precisamente la disponibilidad de agua, algo de una importancia capital en el Valle, llega al punto de alcanzar para llenar un par de reservorios propios cerrando la propuesta de un paisaje soñado entre vides, nogales, cerezos y hasta la joya escondida de un campo de golf de 9 hoyos.