No sólo burbujas

Con un lugar tan destacado en el ámbito de los espumantes a mucha gente se le pasa el dato de que Rosell Boher también produce vinos tranquilos. Alejandro Martínez Rosell continúa con el legado familiar que arrancara al otro lado del Atlántico a finales del Siglo XIX y en esta ocasión eligió un largo almuerzo en Sagardi para presentar las nuevas añadas de Casa Boher.

Mientras se aprestaba el mítico xuleton de Sagardi (un minuto de fuego salvaje por cada cien gramos de carne) se pudieron degustar las flamantes ediciones con la guía de lujo del vero Pepe en persona.

Los mismos viñedos en altura de Los Arboles, en Tupungato, ranqueando en los 1300 msnm dan muy buenas condiciones para vinos de ciclo largo, como son los que sirven de base para sus afamados espumantes pero también para el Cabernet Sauvignon, el Merlot y el Sauvignon Blanc. Mientras que el Malbec bajaba un centenar de metros en la cota hasta el Alto Agrelo en Luján de Cuyo y el Cabernet Franc se corría hasta Vistaflores, en pleno Valle de Uco.

La espera no fue óbice para que se pudiera disfrutar del excelente tapeo de Sagardi mientras Pepe Martínez Rosell iba describiendo a los recién llegados y comparando impresiones con los presentes. Se abrió el juego con un Sauvignon Blanc 2018 muy fresco, agreste y de un amarillo verdoso que no parecía haber cedido nada de coloratura merced a su paso por madera. No estamos acostumbrados a que se le dé un toque de barrica a esta cepa (como sí suele suceder bastante con el Chardonnay) aquí esta llamada daba un poco más de mordiente y largo de boca, pero no apuntaba sus cañones hacia la untuosidad.

A continuación fue el turno del Merlot 2016, con más fruta confitada que especia. Muy buenos toques de ciruela pasa y membrillo que se agilizaban debido a un alcohol por arriba de los 14 grados pero con muy buena integración. Luego llegaría el Cabernet Sauvignon 2016. La altura y el frío habían atenuado bastante las típicas notas pirazínicas dando preeminencia a la pimienta lisa y llana. También notas de frutos rojos de carozo junto a un color violáceo profundo. El siguiente paso fue un  Cabernet Franc, esta vez cosecha 2017. El año menos de botella de sus hermanos se notaba en las notas más frescas de la fruta. También el suelo aluvional y con presencia del calcáreo de Vistaflores hacía lo suyo para marcar una impronta de mayor acidez. Finalmente probamos el Malbec 2017. Qué duda cabe de que Agrelo es una de las zonas donde mejor se expresa esta cepa, en especial cuando se buscan perfiles más sofisticados, esos que muestran al Malbec en toda su plasticidad. También suma el paso por barrica de roble francés de primer y segundo uso, resultando en taninos sedosos y muchos aromas secundarios y terciarios complejos como el cuero, el tabaco y las flores secas.

Los postres fueron la excusa ideal para volver a disfrutar el tremendo Gran Reserva 2015. Y cerrar con algún que otro (varios) brindis con los espumantes de Rosell Boher.

 

 

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